Con maderas, cartones, desperdicios de láminas y alambres, habitantes que viven en condiciones en extremo precarias, intentan sobrevivir en la colonia San Agustín, a donde desde hace más de cinco años atrás llegaron líderes de Antorcha Campesina para invadir terrenos que ahora ostentan una enorme plusvalía pues se ubican a espaldas del fraccionamiento Viñedos y a un costado de Las Trojes.
El contraste en el sector habitacional es abismal y en los reflejos de cada clase se retratan de lleno sus temores: los habitantes de la media y alta intentan ‘proteger lo suyo’ y borrar el paisaje que ofrece una gran mancha de jacales que se erigen con los materiales que se destinan al desecho, mientras los del lado de la miseria lo que observan son sólo enormes bardas de block rematadas por alambres electrificados que bien podrían dar la panorámica de una enorme prisión.
“Yo tengo aquí viviendo como unos ocho años y en estos años nadie del gobierno ha venido ni se ha fijado, no vienen y no hay nada, nosotros estamos colgados de la luz y el agua igual porque todavía no hacemos contratos de nada. Ni pavimento hay. Yo vivo con mi esposo”, refirió la señora Ana María, quien este año cumplirá los sesenta años.
Ana María vive solo con su esposo pero está consciente de que muchos niños y jóvenes se la pasan solos porque las mujeres deben salir a realizar el trabajo remunerado. Para la tercera edad, dice, se destinan despensas a través de representantes de partidos políticos, y aunque esta vez podría esperar que el tiempo electoral le deje algo de comida a casa, ella sencillamente asegura que no votará.
“Le voy a decir la mera verdad, yo ahorita no tengo credencial porque se me perdió y no voy a votar este año porque no tengo credencial, ese es el motivo, no las están sacando en el INE porque ya mero van a ser las votaciones y ya me espero hasta el año que entra”.
Lo mismo ocurre con Antonia Salas, quien tiene cinco años en el barrio. Ella es originaria de Acuña aunque se la ha pasado en La Laguna en casas de renta. Ella se puso a buscar un pedazo de tierra y lo encontró en la calle Javier Villaurrutia de San Agustín.
“Tenemos una sola toma para el agua, es temporal, y el drenaje pasa por aquí pero en unas partes no funciona bien. Para el calor que está bastante fuerte ahí tenemos el airecito, que nos lo regalaron y está bien porque nomás somos mi esposo y yo. Lo que nos va a costar la casa es nomás el material porque él sabe de albañilería”.
Antonia se mantiene sola durante horas pues su compañero debe salir a trabajar. Y ella se pasa las horas sentada o en cama pues sufrió un accidente cuando pasaba la calle y una motocicleta la atropelló. Si el conductor pudo pasarse el semáforo en rojo, también se le hizo fácil dejarla tirada en el pavimento a pesar de que le fracturó un pie.
“Me atropellaron en diciembre, venía de con mi hermano, de Lerdo, y crucé la calle en rojo, era mi pasada pero un motociclista se pasó. El muchacho se fue y yo estoy yendo con el doctor porque me operó el pie”.
Niños solos de madres solteras y parejas de ancianos, los que viven en casas de cartón
Esther tiene más de cincuenta años y la mitad de su vida ha trabajado como empleada doméstica en Torreón Jardín. Hace tiempo y buscando tener casa propia se mudó a un barrio de casas de cartón, San Agustín, donde ahora tiene temor de que le quiten el jacal si se inspeccionan las viviendas y no la encuentran allí.
Con gritos o golpeando un pedazo de lámina se llama a los residentes de estos jacalitos. No es exagerado decir que muchos niños y adolescentes se mantienen solos debido a que sus mamás trabajan para darles sustento. Son casas de padres ausentes. O de parejas en la tercera edad que se tienen sólo el uno a la otra.
Los extremos de la vida encerrados en paredes de cartón mientras las mujeres triplican sus jornadas que las alejan de sus hijos.
“Aquí ya voy para cuatro años. Antes vivía con un hijo en la Nueva Laguna Sur. Le dije a mi hija que andaban dando terrenos, pos vamos. Nos pidieron 500 pesos por el terreno y pos ahorita ni nos dicen en cuánto nos los van a dar ni nada".
Con una sensación térmica superior a los 40 grados centígrados, al ser de puras láminas, el baño de la casa de Esther se convierte en un cocedor.
No obstante, ella y su hija, una joven veinteañera, han soportado fríos, tolvaneras y toda la incomodidad que genera el no contar con techos y paredes firmes, con tal de lograr tener su casa propia.
“Yo trabajo y me quedo toda la semana en Torreón Jardín y ahorita se me hace más difícil porque me dicen que si vienen y no me encuentran me lo van a quitar, eso es imposible porque tengo que salir a trabajar. Antes iba y venía todos los días pero del 4 de enero para acá ya era imposible que me estuvieran pagando dioquis, además mi patrona es muy buena, venía y me traía, pero me dio opciones, y me dijo ¿cómo ves? te vienes una semana de lunes a viernes y la otra de lunes a jueves”.
Doña Esther recuerda que cuando comenzó a trabajar con la que es su patrona, su hija tenía dos años de nacida. Y aunque su pequeña ya creció, debe pedirle que no se quede en el jacal sola, por lo que pasa las noches con una de sus hermanas.
“Ayer ni pudimos dormir porque andaba pase y pase una moto corre y corre, y los perros se le echaban encima. El barrio está tranquilo gracias a dios, lo malo es que no hay pavimento ni luminarias”.
CALE