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Gentrificación en Torreón: Ejidos se resisten a “morir” ante crecimiento de mancha urbana

La expansión de fraccionamientos residenciales ha transformado radicalmente la vida en los ejidos. Ambos comparten espacio pero no estilo de vida.

Pese a los embates de la modernización y la industrialización, en Torreón aún subsisten zonas rurales que se resisten a desaparecer. Estas comunidades mantienen su esencia entre el concreto y el asfalto, en una convivencia tensa entre desarrollo, marginación y, en no pocos casos, discriminación.

La expansión de fraccionamientos residenciales ha transformado radicalmente la vida en los ejidos. Sus habitantes aseguran haber vendido gran parte de sus tierras, enfrentan escasez de agua, inseguridad y limitaciones en su libre tránsito.

“Queríamos poner un puente para los niños que van a la escuela, pero no nos dejaron porque decían que aquí había mucha gente ratera”, relata Santos Eladio, habitante del ejido Paso del Águila, ahora rodeado de residenciales al norte de Torreón.

Enrique Villavicencio, presidente de la Unión de Colonias Organizadas del Norte, reconoce que el crecimiento urbano ha impactado tanto a ejidatarios como a los nuevos colonos.

“Fuimos cercando sus ejidos y ellos tuvieron que modificar sus usos y costumbres. Tienen sus actividades y fechas importantes como aniversarios, pero ahora comparten el espacio con una ciudad que los absorbe”.

La llegada de la mancha urbana impone nuevas reglas: reglamentos, restricciones y tensiones sociales. Los caminos tradicionales ahora cruzan bardas perimetrales; los festejos con música y pirotecnia son motivo de queja. El consumo de alcohol o la circulación de carromatos con escombro causan fricciones entre viejos y nuevos vecinos.

“No se trata de clases sociales ni de política. Es el choque inevitable de dos formas de vida que ahora deben compartir el mismo espacio”, apunta Villavicencio.

Tradición vs Urbanización

Muchas comunidades rurales aún conservan sus festividades patronales y de aniversario, aunque a los nuevos vecinos estas costumbres les resultan molestas.

“En una fiesta llegaron patrullas porque los de Viñedos se quejaron del ruido de los cohetes. Les dijimos que el ejido está desde 1936 y ellos tienen apenas 20 años aquí”, señala Manuel Rangel Lucero, del ejido San Luis.

Patricia Martínez, vecina de un fraccionamiento aledaño, recuerda que existía un atajo entre ambas zonas, pero fue cerrado tras constantes inconformidades: “Antes se escuchaba mucho escándalo, pero ahora está más tranquilo”.

Víctor González, del ejido La Concha, lamenta que mantener las tradiciones sea cada vez más difícil: “Antes sembrábamos y con eso costeábamos las fiestas. Ahora batallamos para organizarlas”.

El campo quedó atrás, ahora se dedican a ser porteros o empleadas domésticas 

Las parcelas que antaño producían algodón o maíz hoy albergan fraccionamientos, empresas y hasta estadios. “Ese ciclo terminó. Las mujeres se fueron a limpiar casas y los hombres a buscar empleo en la ciudad”, dice González.

Contrario a lo prometido, la construcción del estadio y las nuevas colonias no mejoraron la economía ejidal.

“Nos dijeron que habría empleo, pero trajeron gente de fuera. Para el ejido no hubo nada”.

El impacto fue tal que muchos habitantes terminaron trabajando dentro de los fraccionamientos como jardineros, albañiles, porteros o empleadas domésticas.

Tierras vendidas a precio de ganga

José Cruz Hernández, del ejido San Luis, asegura que el crecimiento urbano ha hecho desaparecer los ejidos. La falta de agua les impidió seguir sembrando, mientras que las tierras fueron compradas a precios irrisorios por desarrolladores.

“Ya no hay agricultura en los alrededores. Las casas nos han perjudicado. Somos de los pocos que aún conservamos nuestras tierras, y ha sido con pleitos y demandas”.

El fraccionamiento Viñedos, colindante con el ejido, creció aceleradamente en los últimos años. Sus habitantes se quejaban del ruido de los bailes y juegos pirotécnicos, aunque reconocen que últimamente las molestias han disminuido.

“La tranquilidad se acabó. Antes todos nos conocíamos. Ahora ya no sabemos ni quién compra las tierras”, lamenta Santos Eladio.

“No nos querían pagar nada. Les daban cien mil pesos a los ejidatarios por terrenos donde ahora venden casas en millones”.

Crecimiento desmedido

Según el Registro Agrario Nacional (RAN), Torreón cuenta con 39 ejidos, de los cuales 32 están ya inmersos en la mancha urbana.

Desde la reforma agraria de 1992, que permitió privatizar tierras ejidales, los desarrolladores encontraron la oportunidad perfecta para urbanizar las periferias.

“El suelo ejidal se volvió un bien barato para las inmobiliarias”, explica Karla Tovar Triana, directora de Planeación Urbana del IMPLAN Torreón.

Entre 1990 y 2020, Torreón pasó de 5 mil a 15 mil hectáreas urbanizadas. Sin embargo, su población sólo creció 1.27%. 

“La ciudad triplicó su superficie sin un crecimiento proporcional en habitantes. Así nació este modelo disperso que hoy enfrentamos”.

Torreón, antes agrícola, se volcó hacia la industria manufacturera. Las zonas agrícolas se perdieron y la economía rural cambió radicalmente.

Incluso en ejidos no integrados totalmente a la mancha urbana, sus habitantes ya trabajan en la ciudad, alineados al sector industrial.

Según ONU-Hábitat, el 96.5% de la población de Torreón tiene ya una dinámica urbana; a nivel metropolitano, el porcentaje es del 88%.

Persistir o resistir

El campo lagunero resiste, pero está rodeado. La mancha urbana avanza sin tregua y muchas comunidades rurales han cedido ante la presión del desarrollo. Otras, se mantienen en pie, aferradas a la tierra, a sus tradiciones y a la identidad que les dio origen.

Mientras el glamour de las nuevas colonias presume exclusividad, en los ejidos aún retumba el eco de una historia que se niega a morir.

aarp

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