Más Estados

Palabras grabadas en la cabeza, como grafitis

Ante su negativa para ser alguien en la vida, Norber se ocupa en lo que sea y donde lo acepten, casi siempre en calidad de ayudante, chalán, traidor (ve y tráeme esto). Y en la noche, vamos con todos los Norber de la colonia...

Despatarrado sobre la banqueta, recargada la espalda sobre una barda con leyendas pintadas con aerosol, con la cerveza en la diestra —a la que de vez en vez da un sorbo como para aclararse la voz—, Norber deja ir en torrente palabras que se le han quedado grabadas como los grafitis en la pared.

Norberto (Norber, le llaman sus amigos), dice que se llama. Igual que su padre. Fue él quien le descubrió el significado del nombre: espléndido, brillante. Pero considera que jamás se las ha dicho desde que tiene uso de conciencia. Todo lo contrario:

—Me duelen más sus palabras que los jalones de orejas, coscorrones y hasta patadas en las nalgas, que nomás me hacen pandear para que duela menos. Mi papá dice que si quiero ser güevón, cuando menos pida que me la den de probador de colchones en las tiendas Dormimundo, pero que si voy a pedir la chamba me la van a negar porque me paso de flojo... Que si quiero triunfar, mejor me meta de ratero o de político, como dice el del anuncio... "Eres un parásito", dijo mi padre una vez que terminó de revisarme la tarea, "está por demás que me mate trabajando horas extra en la oficina para pagar tus necesidades, si nada más te falta rebuznar... ¿Para esto estás yendo a la escuela, piojo, chinche... pa-rá-si-to?"

Las palabras de Norberto padre rebotaban en el cerebro de Norber, hacían carambola de tres bandas. Lo escuchaba con atormentadora claridad, pese a que tenía las orejas al rojo vivo por tantos jalones que le daba cada que descubría un error en su tarea de matemáticas, primer año de secundaria, aunque ya era el segundo en el plantel.

—Reprobé siete materias, no por maleta sino porque durante las dos semanas de exámenes finales me dejé convencer por la banda para ir diario de pinta a Chapultepec. Nada más pasé educación física, no porque fuera un as del deporte, sino porque el güevón maestro nos calificaba: con diez, si llevábamos el chor y con cinco —reprobados— si no. Nada más había prácticas de voleibol, porque no había balones, ni para basket, menos para fut... Mejor nos entreteníamos espiando en el baño de las mujeres, sobre todo el de tercer año: como ya le andaban pegando a los 15 años de edad, las chavitas comenzaban a tener pelitos ahí donde les conté y como eran tanto o más cábulas que nosotros, se aventaban las horas en el to-ca-dor, que era como le llamaban al guáter cuando pedían permiso: "Maestro, ¿nos da permiso de ir al tocador?"

"Entre los cuates con los que me comencé a juntar para ir a Chapultepec decíamos que iban al baño, al tocador porque era el sitio para tocarse el changuito, el monito, la palomita, el mondongo, el peludo que ya conocíamos en las películas porno que veíamos en mi casa, cuando mi papá se iba a trabajar y mi mamá iba al mercado a comprar todas las cosas del mandado, como la Patita de la canción del gran Cri Cri. Se llevaba al par de lacras que son mis carnalitos, de tres y dos años de edad, respectivamente. Los consentidos y apapachables, no como yo, al que se le cargan las pulgas por ser el mayor".

Repite las palabras de su padre. Sin pasión, sin rencor. "Eres un animal, Norberto. Malhaya la hora en que se me ocurrió ponerte este nombre: Norberto: espléndido, brillante. Dicen que eso quiere decir. Cómo no. Dale gracias a tu madre, que tenía un novio que así se llamaba y por eso se aferró a que así te bautizáramos, pero yo creo que si era como tú de es-plén-di-do, de bri-llan-te... ¡aguas!"

—De que a mi padre le da por soltar la lengua, no hay quien lo pare. Y me duelen más sus palabras que las patadas en las nalgas. Mi madre escuchaba mientras zurcía los calcetines de mi padre; de vez en cuando lanzaba un suspiro, meneaba la cabeza y decía: "Ay Norberto, ya deja en paz a ese chamaco, lo vas a dejar más atarantado de lo que ya está con tantos coscorrones y jalones de orejas... Mi padre, generación del medio siglo —según dice—, nacido en los años 50, se enciende cuando ella le recuerda que me llamo como me llamo en honor a él, por ser el mayor. Mi padre, que bien puede ser mi abuelo. Tengo 13 años, entraditos a los 14: soy de febrero, nací cuando las tolvaneras sobre la ciudad están en su apogeo y todas las calles en silencio.

—Por eso son como son tus hijos —replicaba colérico Norberto padre—, te la pasas alcahueteándolos y a mí que me lleve la chingada, ¿no? Alcahuetéalos y verás cómo ese par de monstruos van que vuelan para ser como éste o peor: Norberto, espléndido, brillante. Brillante prángana es lo que va a ser si no le meto rigor para que estudie. Güevón y chaquetero, ¿qué tanto te encierras en el baño, a ver? Te van a salir pelos en la mano de tanto torcerle el cuello al guajolote... Así deberías de ser para el estudio: enviciado, constante, aferrado...

—Ay Norberto, ni que tú no lo hubieras hecho nunca, ¿no que tu papá tuvo que llevarte al peluquero para que te rasuraras las cuatro palmas, porque hasta con los pies lo hacías? —embromaba la mamá de Norber durante las inacabables discusiones.

—Ohhh que la... ¿¡Así es como me ayudas a enderezar a este engendro!? Si no ayudas, no estorbes, me cae... Ya ves a tus hermanos y hermanas: tanta condescendencia les puso en la torre: dos madres solteras, una del talón, un cementero y dos vendedores de mariguana, ¿eso quieres que sean tus hijos?

—Mira, cabrón: serán lo que son pero lo que es a ti no te piden ni un jarro de agua. Más bien son ellos los que tienen que andarme prestando dinero porque a ti no te alcanzó para el gasto, pinche digno muerto de hambre... Vergüenza debería darte tener tres hijos y no ser capaz de cumplir con tus responsabilidades... Y ya tan viejo, no aprendes.

Como a otros chavos de su edad, para Norberto llegó la oportunidad de escapar, de perderse durante buena parte de la noche, juntándose con la banda, con los amigos del barrio...

—Ya estuvo, digo yo: llegó la hora del desafane. Así es casi siempre: comienzan conmigo y terminan desgreñándose entre ellos. Lo malo es que después de un desgreñe fue que decidieron que yo fuera a dar con mis huesos a una escuela militarizada. Porque luego del truene con tantas materias en la secundaria de gobierno, decidieron que estudiaba porque estudiaba, siendo que a mí lo que me gusta es tumbarme en la sala cuando no hay nadie, poner una película o ver las revistas de mi papá que tienen puras viejas encueradas y darle sus jaloncitos a mi bicholita hasta que me sale agüita, porque mocos todavía no, en ese entonces.

Norber terminó por abandonar la escuela militarizada privada, incluso con la anuencia de sus padres: en ella se inició en el consumo de drogas (mariguana, thíner, activo y otros solventes). Ante su negativa (quién sabe por qué) para ser alguien en la vida, Norber se ocupa en lo que sea y donde lo acepten, casi siempre en calidad de ayudante, chalán, traidor ("ve y tráeme esto; ve y tráeme aquello"). Y en la noche, vamos con todos los Norber de la colonia... Sin ánimo, aferrados a la nada, integrados al paisaje de la colonia, ya ensalitrados como las más viejas construcciones.

*Escritor. Cronista de 'Neza'

Google news logo
Síguenos en
Emiliano Pérez Cruz
  • Emiliano Pérez Cruz
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.