Durante cinco noches y seis días un grupo de cuatro pescadores naufragó en aguas del puerto de Celestún, en la península de Yucatán, justo cuando se disponían a trabajar la tarde del 22 de diciembre.
Como habitualmente lo hacían, los cuatro jóvenes de 30, 16 y dos de 17 años abordaron la lancha Hulkin 168 a las 12 horas. El equipo de pesca subió a la nave con dos paquetes de galletas, cuatro litros de agua, dos litros de refresco de cola, una urna de plástico con 4 kilos de hielo, un galón con ocho litros de gasolina y una red de pesca de 16 metros.
Nunca imaginaron que esa tarde sería el comienzo de algo que ellos llaman “una historia de vida que contar”.
De acuerdo con Jaime Rivas, tras levantar el ancla de la Hulkin 168 avanzaron 20 millas sobre el mar y de pronto el motor dejó de funcionar.
“Íbamos levantando la bandera amiga y preparando la red. Esta temporada es buena, porque son pocos los pescadores, pero de pronto se escuchó un ¡bum!, se trancó el motor y la lancha ya no avanzó”, explica el líder del equipo.
Jaime es un hombre de 30 años cuya piel quemada por el sol enmarca una mirada triste y cansada. Ha pasado 20 años en este oficio, el cual heredó porque su papá comenzó a beber alcohol.
Durante la charla se quitó las sandalias de plástico carcomidas por el agua de mar, bebió un poco de su cantimplora y pidió ayuda a sus compañeros de “aventura” para recrear la historia.
Los primeros en acercarse son Elías Solís, de 16 años, y Gamaliel Rivas, de 17, ambos dejaron la escuela para ganar dinero en la pesca y llevarlo a casa. Al igual que Jaime, son de piel morena, un color que se ha acentuado por el impacto del sol al que diariamente se exponen desde hace cuatro años.
Elías y Gamaliel aseguran que los primeros dos días no tuvieron miedo, que esperaban que alguno de sus compañeros los viera y fuera a rescatarlos, pero aceptan que la valentía desapareció en la Navidad, cuando no venían ninguna embarcación y pensaban en la mortificación que afligía a sus familias.
“La primera noche, la del 22 vimos un barco cercano, le hicimos señas y le gritamos, pero creo que desconfió porque nos ignoró. Pasamos la noche comiendo dos de los tres paquetes de galletas y bebiendo los dos litros de refresco, el agua no la tocamos”, explica Elías, el más pequeño de los cuatros y a quien Jaime llama su entenado.
“El clima no nos ayudó con la regulación del agua, los cuatro litros nos abastecieron solo hasta la mañana del 25, estábamos a 40 grados y ni siquiera nos dimos cuenta en qué momento la tomamos toda. Fue un infierno, pues lo seco de las galletas y el sol, nos hacían estar aún mas sedientos, pero qué hacíamos si el hambre es cabrona, ¿no?”, asegura Gamaliel.
El último en acercarse a contar su historia es Daniel Solís, también de 17 años. A diferencia de los otros tres, él es muy alto, tiene el cabello negro y chino, anda descalzo, con short y una playera.
“No, may, no se trató solo de la comida, sino de la noche fría que calaba, del calor que nos quemaba, del miedo de no saber qué sería de nosotros, de que nadie nos vio, de que ya era Navidad, y de que hace 20 años a dos tíos, con mi nombre y el de Jaime, les sucedió lo mismo, pero a diferencia de nosotros ellos no fueron encontrados jamás”.
Mientras, en casa nadie había dormido, madres y esposas pasaron Noche Buena en la cabaña del patrón de los cuatro jóvenes, Felipe de la Cruz, un hombre de 50 años a quien el oficio lo había convertido en empresario de la industria pesquera.
“Es normal que los chicos se ausenten uno o dos días porque se pesca día y noche, pero tres ya era demasiado, por eso llamamos a los guardacostas y marinos, todo el 25 y 26 de diciembre 10 lanchas y dos embarcaciones de la Secretaría de Marina se lazaron a la búsqueda”.
Mientras eso sucedía los cuatro náufragos comenzaron a beber el agua del hielo que llevaban, “colamos el agua con mi playera y nos metimos al mar a nadar por momentos para refrescarnos, de noche nos dormíamos juntos para soportar el frío y contábamos las estrellas, el cielo era impresionante. No podíamos dormir, temíamos que al hacerlo pasara nuestra oportunidad de ser rescatados”, asegura Daniel.
Esa tarde finalmente los encontraron, Gamaliel fue el primero en divisar la nave de la Secretaria de Marina (Semar), gritó, de inmediato sus tres compañeros hicieron lo mismo, pensaron en tirar los cuatro litros de gasolina que llevaban e incendiar la lancha, pero olvidaron los cerillos y no tuvieron otra opción que gritar y silbar hasta que los marinos los vieron, se acercaron y los rescataron.
Ahora pasarán Año Nuevo en familia, para regresar al mar en 2017, pero ahora con una historia que contar.