Ubicada en la ciudad de Lerdo, Durango sobre el bulevar Miguel Alemán, se encuentra una de las preparatorias con más prestigio de la Comarca Lagunera, el Centro de Bachillerato Tecnológico, Industrial y de Servicios No. 4 “Jesús Agustín Castro”, usualmente conocido como CBTIS 4. Y a las afueras, en el estacionamiento de la escuela, la señora Magdalena Torres, tenía 48 años siendo comerciante ambulante.
Churritos, dulces, nieves de bolsita para el calor, paletas y lo bien que se acomodan en sus botes de plástico transparente, el olor a salsa y cueritos que les ponía a los “chechis” y el ruido que hacían las monedas al golpear el fondo de su cajita en la que guardaba el dinero, así la recuerdan muchos. Todo sobre su triciclo blanco, en el que tantas personas se sentaron a conversar durante largas horas con ella.
“La escuela inició en octubre del 71 y yo llegué en febrero del 72”, dice.
El lugar ha cambiado mucho desde aquellos años. El paisaje al otro lado del boulevard Miguel Alemán estaba dominado por sembradíos entre los que era fácil ver correr a los jóvenes que venían huyendo de la julia, es decir, la policía, ansiosos por llegar a la escuela dónde ya no podrían hacerles nada. Y cada vez que se peleaban, le tocó ver infinidad de riñas entre alumnos del plantel y de la secundaria de al lado. Los del 4 vs. Los de la Flores.
Pero no siempre estuvo ahí, alguna vez vendió en los alrededores del parque Morelos en Gómez Palacio pero sus ganancias eran muy pocas. Hasta que un buen día, por consejo de una sabia persona que le dijo que se fuera para el CBTIS, se cambió para allá sin saber que se volvería parte de la misma escuela.
“¡Y quién no me conoce por la tía!” expresa orgullosa con una sonrisa enorme en su rostro. Tía de todos pero tampoco faltaban los que la llamaban abuelita e incluso mamá. Los más irrespetuosos le decían 'Gila'.
'Gila' llegaba todos los días pasadas las 7 de la mañana y se iba hasta las 7 de la tarde, pero durante el invierno se retiraba más temprano, cerca de las cinco antes de que bajara el solecito.
En un principio tenía montones de estudiantes a su alrededor en todo el día. Que si las papitas o la nieve, que si un chicle o un mazapán. En los últimos años apenas salían las nieves en el transcurso de la tarde. Mientras tanto se sentaba a comer, a ver lo que le hacía falta, a esperar que alguien llegara a hacerle compañía y a que las horas pasaran.
Pero no se le olvida la única vez que intentaron sacarla. Ahí, de su lugarcito en el estacionamiento, llegó un nuevo guardia o maestro (de eso sí ya no se acuerda) y le dijo que iba para afuera. "Órdenes de arriba". Así que Gila hizo con pesar lo que le pedían, sacó su triciclo y se acomodó a las afueras de la escuela. Al mediodía le fueron a pedir una disculpa, que había sido un error, que con toda confianza se regresara a su lugar.
“Yo me sentía muy mal, era como si estuviera en la calle pidiendo limosna”, cuenta con lágrimas en sus ojos.
Y es que estar en el estacionamiento de la preparatoria representaba para Gila un lugar cálido, como su casa. Estaba protegida y sin preocupaciones, tanto que era capaz de dejar su triciclo sin vigilancia cuando necesitaba ir al baño o regresar a su casa por algo que hubiera olvidado.
Con esa misma seguridad se negaba rotundamente a pasar la puerta de la escuela con la intención de vender. Total, no iba a tener la responsabilidad de la cafetería, estaba conforme con los pesitos que ganaba y sus muchachos ya la conocían.
La conocían muy bien. Los alumnos, docentes y el personal administrativo sabían que su tía Gila era de la escuela, de todos ellos, parte de la familia del 4. Resultaba tan querida que ella misma no podía creer cuando un grupo de estudiantes se organizó y le regaló un triciclo nuevo para un diez de mayo.
Eran como las tres de la tarde cuando llegó una camioneta cargando un triciclo. Lo que Gila más deseaba en ese momento era que este nuevo vendedor no le hiciera la competencia tan fuerte. Su sorpresa fue mayor cuando de la camioneta se bajaron unos jóvenes que le dijeron que era un regalo para ella.
Pero entre tantas cosas buenas también tuvo que ver cosas feas. Como la ocasión que un camión de la ruta estuvo a punto de estrellarse contra ella, afortunadamente se desvió a tiempo. Alguna otra vez le dispararon a un alumno y la bala pasó muy cerca de su lugar. Otro día ayudó a una niña con discapacidad que cayó de las escaleras del puente peatonal. También presenció como un auto embistió a una joven estudiante que cayó muerta en el instante y cómo los demás estudiantes casi linchan al conductor.
Pese a esas cosas malas, a las nuevas condiciones determinadas por la pandemia de covid-19 y, a sus 78 años, Gila todavía añoraba ir a trabajar. “Extraño estar hablando, platicando con todos los alumnos y maestros” confiesa.
Mientras la pandemia mantenía a todos aislados, la señora Magdalena permaneció en su casa, esperando con ansias el momento en que pueda regresar a la escuela que tanto le dio, de retomar el trabajo con el que sacó a sus cuatro hijos adelante después de que quedara viuda siendo tan joven.
Sin embargo, dos años después, cuando las restricciones permitieron a todos regresar a la normalidad, Gila decidió no volver. Porque ya no extrañaba a sus conocidos más de lo que podía extrañar la comodidad de su casa y su familia.
Aun así nadie puede negar que desde que se fundó el CBTIS 4, hace 50 años, como fiel testigo del crecimiento de miles de estudiantes, estuvo una mujer de pequeña estatura, complexión robusta, tez morena y cabello castaño que envejeció a su lado.
EGO