Hasta comer se ha convertido en una moda, una moda a la que no cualquiera puede acceder. Entre estas modas alimenticias está la de la comida orgánica, que presume que los alimentos ingeridos no tienen químicos de ningún tipo.
Vanessa García Blanca, docente, investigadora y activista, plantea que esto nació como un movimiento a nivel global, cuando las personas se dieron cuenta de que lo que se consumía no era precisamente ideal.
También al ver el trato tan malo que los campesinos reciben de los gobiernos, de los que tienen medios de producción, sobre todo en países como México, porque hay lugares en los que los gobiernos otorgan buenos subsidios a sus agricultores, en el tenor de que se ha comprendido que es una actividad primordial.
"Los campesinos ven mermadas las cosechas, la tierra y la dignidad, pues se les brinda el subsidio si usan semillas y productos transgénicos, dependiendo así de empresas que les venden todo, pero que dañan la tierra y anclan al productor. Además, si usas una semilla de algún tomate o lo que sea, esta no germina otra vez", señala.
Comer orgánico era algo normal hasta no hace tantos años, tal vez unos 60. Los productos agrícolas alterados son relativamente nuevos y otorgan volúmen de producción. Antes, las siembras se hacían según el clima, y las técnicas que se usaban rendían frutos.
Por ejemplo la milpa en la que se sembraba maíz, frijol, calabaza, cilantro, y a la que se le dejaban los restos después de la cosecha, para que se abonara el producto vegetal a esa tierra y rindiera mejor al ser abonada Comenta Vanessa que los movimientos por mejorar la alimentación están en todo el mundo.
En Brasil, por ejemplo, los Campesinos sin Tierra, en México los Seris y los del EZLN, quienes indagaron el método para poder tener su propia certificación orgánica con la producción de café, y que puede conseguirse en Torreón en "El Caracol" y en "Leg Mu".
Por cierto, estas líneas que certifican a algún producto como orgánico son durísimas e implican la inversión de recursos económicos, lo que es difícil de subrogar por los campesinos.
Sin embargo, las empresas siílo pueden hacer, y han incorporado a sus productos líneas "saludables", con logos escondidos, con envolturas que sugieren salud y con nombres ad-hoc, acompañados de espectaculares campañas publicitarias.
"La intención de las campañas es que no se ligue el nombre de la empresa con la marca, y bajo la presunta confianza de promover la salud física del consumidor". Lo cierto es que esto no es garantía de nada, más que de querer acaparar y copar los mercados de los productores en pequeño.
Si bien estas tendencias alimentarias tienen que ver con la salud, el mundo entero está apanicado porque piensa que la comida se está terminando en el planeta. La seguridad alimenticia consiste en la garantía de que sí va a haber comida, no se dice que, pero se va a poder comer.
Pueden ser cosas alteradas genéticamente, con altos niveles de pesticidas, con hormonas, y bajo procesos dudosos. Además de que por lo regular, la cadena productiva es injusta con el productor.
"La soberanía alimentaria es que yo decida qué como y por qué lo como, sin que esto tenga que ver con una moda. La idea de comer sólo orgánicos es inoperante e ilógica, porque todo lo que venga de la tierra es noble", comenta Vanessa.
Y agrega que es necesario mirar a los campesinos de nuevo, como quienes pueden en algún momento dado rescatarnos de una hecatombe. Porque es cierto que el dinero no puede comerse "Se puede rescatar y gestionar no sólo la seguridad alimentaria que es comer. Sería comer, proveer, regresar a la tierra y prevenir. Generar una línea más larga, justa, natural, amigable con la tierra y la salud".
También se vale ver la forma de ir recuperando técnicas de cultivo ancestrales, que duraron milenios y que son altamente efectivas. Al igual, es aplicable al consumo de cárnicos, pues como es sabido, la explotación de animales en granjas de crianza es brutal y poco higiénica.
La gente que tiene marranitos o gallinas en el rancho, no tiene ese tipo de problemas. Desde luego, no es posible pedir que pongan todos ya su huerto y que consigan sus pollos, porque es difícil pero Vanessa plantea una alternativa.
"En una maceta se dan muy bien las hierbas de olor, y por ahí podemos empezar. Ahora que si pueden, tengan su huertita, las plantitas son terapia, les va a bajar el estrés y les va a dar mejores alimentos y una satisfacción que no puedo describirles".
Además, comprarle a la vecina que vende jocoque, o al muchacho que pasa vendiendo quesos, o al viejito con su triciclo con verduras, son otras alternativas que quizás no tengan tanto quever con la comida orgánica, pero que nos permiten dar un paso para ir cambiando nuestros esquemas alimenticios.
"Es criticable que digan que quieren comer orgánico. Al hablar de esto hay que pensar en la autonomía alimentaria, en cuidarnos a nosotros mismos, al negocio y al productor. Debe ser una apuesta política en defensa y por dignidad de la tierra y los campesinos mexicanos, que por cierto, nos han enseñado a ver feo, pero ellos son héroes gracias a los cuáles, seguimos vivos".