Después de ver el amanecer, un boleto en la mano para volar en globo es formar parte de la aventura que representa el Festival Internacional del Globo (FIG).
Poco antes de las siete de la mañana del viernes, los tripulantes se prepararon al igual que los pilotos para emprender el viaje a las alturas.
El globo enumerado con el 0086, patrocinado por Notivox es propiedad del norteamericano Rick Neubauser, a quien solo demoró veinte minutos inflar la aeronave aerostática.
La estrecha canastilla estaba lista para despegar, la intensidad del fuego que emana del quemador, obliga al globo a ascender, pero antes, los tripulantes tienen que trepar y subir a la barquilla, una tarea sencilla que se puede dificultar para aquellos que temen a las alturas.
Dos tanques de gas, el cordaje, la cuerda de seguridad, y la brújula son responsabilidad del piloto, que te advierte que de la orientación del viento dependerá el lugar del aterrizaje.
Poco a poco y ante la mirada de los asistentes que intentan capturar la mejor fotografía del momento, el globo comienza a elevarse. Algunos niños se despiden con un “Adiós”
El mínimo movimiento de alguna de las tres personas que van dentro de la canastilla puede sentirse a unos cuantos metros de altura, apenas tocando el espejo de agua de la presa El Palote, por lo que comenzarse a elevar se convierte en la mejor decisión.
A los primeros 200 metros de altura, los tripulantes están a la par de otros globos, es ahí cuando quienes viajeros forman parte de la postal.
Sobrevolar la enorme ciudad de León a más de 400 metros de altura es una travesía, desde ahí se pueden observar casas, edificios, vialidades, pero también personas, aquellas que en un día cotidiano, ver el globo les parece sorprendente.
Casi cuarenta minutos después, el piloto advierte el aterrizaje, de ser en un área despejada, será lo mejor, le pide a los tripulantes flexionar las rodillas y la experiencia termina.