Espectáculos

Venezuela: las reinas de bellezas y su champú casero

La angustia ante la inflación en Caracas no solo afecta a los pobres, también a la segunda industria más importante del país: la de las reinas de belleza

La revolución bolivariana de Venezuela está llena de misiones y milagros. Algunos de ellos involuntarios, como el hecho de convertir al visitante en millonario en pocos minutos. Basta con pisar la tierra de este país petrolero caribeño y cambiar unos 250 dólares. Al cambio oficial, serían apenas unos mil 750 bolívares fuertes, ni siquiera suficiente para pagar el taxi del aeropuerto al centro de la ciudad. En el mercado negro, sin embargo, la tasa de cambio se multiplica por más de 100 y uno se llena de fajos de billetes cuyo costo de producción supera con creces su valor.

En los últimos dos años, con la caída del precio del petróleo que es casi el único ingreso del país y el Estado, el gobierno del presidente Nicolás Maduro se quedó corto de dinero para financiar sus costosos programas sociales y echó a andar la impresión de billetes. La economía cae desde el año pasado a 8 por ciento anual. Combinado con los controles de precios y de cambio, esto desató una espiral entre escasez e inflación que ha convertido a Venezuela en el país de las colas, fenómeno que se está devorando todo el capital político acumulado por la revolución en 16 años.

Según un estudio de la consultora Cendas, la escasez de productos básicos llega a 60.7 por ciento, o sea que no se encuentran ni siquiera la mitad de los productos de la canasta básica. Maduro culpa a los "especuladores", expropia negocios y amenaza con meter presos a los empresarios que pongan el pueblo a hacer cola, pero no logra mejorar la situación.

"El gobierno está preso de creencias limitantes porque a las medidas que permitirían enderezar la economía, como levantar el control de cambios, les asigna un impacto antipopular y las asocia a un costo político", dice en entrevista el ex ministro de Industria, Víctor Álvarez. "También hay poderosas mafias que van penetrando el gobierno y el Estado. Solo en contrabando de gasolina salen del país 149 mil barriles diarios", asegura.

MAGIA SOCIALISTA: DESAPARECER PRODUCTOS

"Estoy harta, tenía un negocio alquilado a unos árabes, pero quebraron porque el gobierno no les asignó dólares para importar su mercancía y ahora tengo que sobrevivir como sea", dice una mujer cincuentona a la salida de la estación del Metro en Petare, al este de Caracas. El barrio, donde viven unas 800 mil personas en casas colgando de las empinadas laderas, es una de las mayores acumulaciones de pobres del país, y que no hace mucho tiempo era un bastión chavista.

Hoy en día, es uno de los mayores mercados negros de la ciudad, al que acuden miles de venezolanos desesperados en busca de los productos que desaparecieron de los anaqueles de los supermercados porque el gobierno regula su precio para combatir la "especulación". Una medida tan populista como inútil. Hace unos días, el presidente Nicolás Maduro incluyó los huevos en la lista de los productos regulados. Pasó lo de siempre: producto regulado, producto que desaparece, dice la vox populi. Con un poco de suerte, sin embargo, el producto se consigue en el mercado de Petare, un laberinto de barracas de madera y lona deshilachada debajo de la sombra de los rieles del recién inaugurado Cable-tren del Metro de Caracas.

En un país donde dos terceras partes de la población no tienen un empleo formal, las distorsiones de precio ofrecen una oportunidad para ganarse la vida, por lo menos para los que madrugan, como un chico que llamamos Francisco, pues no quiere dar su nombre verdadero porque su trabajo está penado hasta con cinco años de cárcel. Trabajaba en la fabricación de aluminio, pero ha dejado su empleo porque solo le pagaban el salario mínimo de unos 8 mil bolívares mensuales.

NEGOCIO DE HORMIGA

El padre de 26 años se levantó a las tres de la mañana junto con su amigo Maikol, de 32, para hacer cola en farmacias y supermercados porque hoy les tocaba. Los productos regulados solo se pueden comprar un día a la semana según el último número de la cédula de identidad. Para evitar fraudes, hay lectores de huellas dactilares, y los que quieren comprar pañales y leche en fórmula tienen que llevar el acta de nacimiento del bebé. Nunca se sabe lo que traen los camiones el día que toca comprar. A veces no hay nada. Pero ese día, consiguieron dos paquetes de pañales, dos paquetes de toallas sanitarias, champú, pasta de dientes, un paquete de papel higiénico y dos latas de leche de bebé en polvo. Revenden todo dos, tres y hasta siete veces más caro en Petare.

¿A cuánto los pañales? pregunta una señora de 53 años que tiene un nieto recién nacido y solo le quedan dos pañales en casa. Escucha el precio, revisa su cartera y se da cuenta que no tiene los 400 bolívares. "Por favor no los venda, voy a regresar a pedir prestado a mis vecinos", le ruega al vendedor. Julio Posada de 43 años y padre de tres hijos busca harina para hacer las arepas, la tortilla venezolana. Pero no tiene suerte. "Hace mucho que no he visto harina, eso vale oro", le dice Maikol. Posada está furioso: "Solo el gobierno tiene reales y comida", dice, y apunta a un afiche electoral donde el difunto presidente Hugo Chávez insta a votar por la revolución el domingo 6 de diciembre: "Con Chávez se comía, yo siempre lo apoyé, pero esto se fue al carajo, ya no voto por nadie".

A este negocio de pobres contra pobres, que lucra con la miseria, los venezolanos le han dado el nombre de un bicho. Es el denominado "bachaqueo", por una hormiga de color negro y culo grande. "Nosotros somos mini-bachaqueros, hay medianos y grandes", comenta Maikol. Los grandes son redes mafiosas ligadas a la Guardia Nacional y el gobierno. Desaparecen camiones enteros de productos, vacían almacenes y trafican con la gasolina más barata del mundo para venderla en los países vecinos y embolsarse ganancias que superan las del narcotráfico. Cada tanto cae un oficial, un alto funcionario de la petrolera estatal PDVSA, pero el negocio sigue.

SÓLO PARA "ENCHUFADOS"

La quinta Lucchi es una vieja casona en La Castellana, uno de los barrios más exclusivos de Caracas. En academias como ésta se entrenan las futuras reinas de belleza, el segundo negocio más importante del país después del petróleo y que genera anualmente más de dos mil millones de dólares. Desde los tres años, las niñas de la alta sociedad y de las clases medias aprenden aquí modales, moda, maquillaje y locución.

En los tiempos de bonanza, desde aquí salían dos, tres veces por mes familias enteras para viajar a Miami, a gastar los petrodólares. Ellos crearon la famosa imagen del nuevo rico venezolano pidiendo "tá'barato, déme dos". Ahora, el acceso a dólares se ha restringido tanto que solo los "enchufados" del gobierno acceden a ellos para repetir este patrón de consumo desenfrenado, aparte de algunos pocos ultra-ricos con cuentas en divisas afuera.

En las concesionarias de la zona, que vendían Hummers como pan caliente, ahora quedan tres, cuatro vehículos empolvados, usados y en consignación.

La belleza es uno de los pocos resguardos en manos de la vieja élite, donde el esplendor se resiste a la revolución chavista. Sigue siendo un buen negocio, pero espurio para el gobierno. Al concurso Miss Venezuela, en manos del canal Venevisión, propiedad de Gustavo Cisneros, uno de los hombres más ricos del continente, el gobierno le bloqueó el acceso a dólares y le quitó el Poliedro, recinto tradicional del certamen. Los organizadores tuvieron que buscar un lugar menos lujoso y más chico.

Los vestidos y el maquillaje para el concurso se encargan a diseñadores extranjeros o venezolanos que viven en el exterior. Llegan, toman las medidas de las chicas, fabrican las piezas afuera y regresan con ellas para las sesiones de foto y los desfiles.

"La belleza está en nuestra cultura, no la pueden acabar, seguimos luchando", dice la dueña de la academia, Luisa Lucchi, famosa estilista y empresaria de zapatos. Desparrama sonrisas y optimismo, tal como aprenden sus alumnas desde pequeñas. Pero fuera de las cámaras, se sincera. "Es muy complicado conseguir los productos de maquillaje, pedimos a los amigos que viajan que nos traigan cosméticos de afuera". En su academia, vende algunas bases, rímeles y delineadores de marca de lujo. Un producto cuesta la mitad de un salario mensual.

CHAMPÚ CASERO Y MENOS PLASTICIRUGÍAS

Lucchi también ha constatado que han bajado notablemente las cirugías plásticas porque no hay implantes. Lo que ha dado a un nuevo ideal de belleza: un modelo más austero, menos curvilíneo. A duras penas, Lucchi ha logrado mantener el número de anunciantes de sus desfiles, pero hace dos años, su fábrica de zapatos estaba a punto de quebrar por las importaciones chinas baratas. Ahora hay más demanda porque cayeron las importaciones, pero batalla por conseguir los insumos como telas y cartones que también vienen de afuera. Y no consigue más obreros. De los 200 que tenía, 150 se fueron a "bachaquear".

Andrea es una hermosa niña de 14 años con cabello negro rizado, grandes ojos negros y un aparato ortodóntico que le alinea a la perfección los dientes blancos. Su padre tiene dos empleos, a la tienda de licores agregó el "bachaqueo": vende carne de casa en casa. A veces Andrea lo acompaña o hace mandados por él, porque sabe que es difícil mantener a una familia con tres hijos y pagarle al mismo tiempo su academia, el uniforme y los cosméticos que necesita. Pero la familia lo considera una buena inversión. Andrea quiere ser modelo para poder pagarse unos estudios de medicina.

Pero en estos tiempos difíciles, también afloran la solidaridad y el ingenio. La maestra de oratoria, la actriz Betty Hass, da consejos de cómo producir champú casero, por ejemplo: "compro glicerina, que es más fácil de conseguir, y hago champú y jabón gracias a unos tutoriales en YouTube", comenta esta mujer risueña de 58 años. "Al principio me quedaban horribles, pero uno aprende". No es solamente necesidad, también una rebelión personal, una manera de retomar un poco de control sobre su propia vida. Hass ha visto cómo han sacado a personas identificadas con la oposición de colas en mercados populares. "Es muy humillante, y pierdes tu tiempo valioso en colas." La escasez estimula la imaginación. "Ahora somos vegetarianos obligados", dice y explica cómo sustituye el azúcar por el piloncillo y cómo hace arepas (tortilla de maíz) a base de harina de trigo con yuca o plátano. "Quedan deliciosas", afirma.

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