El momento culminante de la polémica en el debate entre candidatos al gobierno de Jalisco realizado ayer, en el Tec de Monterrey campus Guadalajara, ocurrió una hora antes. Un grupo de presuntos “ciudadanos libres” (definición con que les gusta describirse a los seguidores del Partido Movimiento Ciudadano) se montaron a la entrada del núcleo universitario con mantas que decían: “Carlos Lomelí, ¿dónde están nuestras medicinas? ¡Deja de construir torres a costa de nuestra salud!” y “¡Que Lomelí y Cruces regresen los millones del fraude en medicinas!”.
La información que tenían –le atinaron o “algún” ciudadano libre de mayor rango (es que “todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”, dice un mozalbete que repasa la sátira de Animal farm) se las hizo llegar- fue que el famoso médico de la coalición Juntos haremos historia, uno de esos poquísimos jaliscienses de vida envidiable, que hizo fortuna desde la nada de la miseria rural, se presentaría a debatir con sus pares en el espléndido auditorio de la institución regiomontana, esa cuyo origen está en el poderoso Grupo Monterrey, una versión más vieja de “la mafia del poder”.
Lo cierto es que a pocos minutos de las siete pm, el candidato morenista canceló. Y de siete que había confirmados, al Tec le quedaron solo seis.
Los organizadores le dedicaron a su ausencia, no cantos amargos, pero sí palabras duras y educadas. Y cada que llegaban a la silla solitaria donde se ostentaba el nombre, salía la pregunta formulada que no tendría respuesta. Fue lo más novedoso de un encuentro en que los contrincantes se respetaron en exceso, en parte porque ya van muchos encuentros y como que se agotan las ideas, en parte porque el formato estaba, “adrede”, diseñado para que no lo hicieran.
Tal vez no haya prendido, como los expertos convocados al comentario lo hicieron saber en el postdebate, pero se debe reconocer que es el primer ejercicio en que las preguntas salieron casi completamente de ciudadanos de la calle, y de expertos de la academia. Los ejes vuelven a ser la educación, la corrupción, la autonomía del poder judicial y de la fiscalía, la violencia y la inseguridad, los pueblos indígenas, la fiscalización y la rendición de cuentas.
Ideas interesantes, o al menos disruptivas: cuando la aspirante de Nueva Alianza, Martha Rosa Araiza, señala que favorecer la educación indígena dentro de sus márgenes culturales no significa permanecer complaciente frente a la violación de derechos, sobre todo de las mujeres, consagradas por esas prácticas tradicionales; o cuando el priista Miguel Castro cuestiona la verdadera profundidad de las medidas “ciudadanas” de Enrique Alfaro en el tema de presupuesto participativo, o cuando Enrique Alfaro, el candidato emecista y puntero en las encuestas, levanta la voz y protesta su vocación democrática en las decisiones asumidas como presidente municipal de Guadalajara, pero considera que no todas las disidencias (el eje de todo proyecto democrático es el derecho al disenso, así sea erróneo, dicen los profesores de teoría del Estado) son legítimas: “de cada tema de agenda hicimos esfuerzo para que la gente tuviera información de primera mano, pero nos enfrentamos también a la manipulación de temas que con fines políticos, buscaron desinformar a la gente, y que a la larga los ciudadanos fueron entendiendo la realidad de los actos…”.
Difícil el caso de los políticos que aspiran a gobernar: deben hablar mal de los políticos, de los partidos y de su monstruosa herencia, con muy pocos matices, y elogiar sin peros a los ciudadanos, el “pueblo bueno”, para luego venderse como la solución a las miserias y el malestar social reinante, ellos… que son políticos, que viven del financiamiento partidista, que ejercen acuerdos con base en la deteriorada credibilidad de la representación institucional, que pueden ganar la elección gracias al sistema acremente cuestionado en sus discursos.
Pero el formato los obliga a ser sobrios. Así pasa Miguel Ángel Martínez, del PAN, por el tema de educación; Salvador Cosío por el lado del método de designación del fiscal autónomo, y Carlos Orozco al defender la urgencia de que los políticos formados en ciencia accedan al poder. Este último hace la defensa que nadie se atreve a hacer: “el sistema de partidos es lo único que tenemos, sigue como mejor opción…”.
El sobrio encuentro no ha levantado pasiones, y los aspirantes se despiden con gran civilidad. Queda la sensación de que hace falta seguir en búsqueda de la fórmula que combine el morbo del señalamiento personal con la propuesta inteligente y no demagógica. De faltarse al respeto, aunque sea un poquito…
SRN