El Théâtre du Soleil es quizá una de las instituciones escénicas más sólidas y potentes de Francia y Europa. Cualquier espectáculo que emprende lleva meses y hasta años de preparación y de cruce de investigaciones, pues la recurrencia es contar con elencos multinacionales, en una confluencia de identidades obvia que crea mosaicos culturales extremadamente complejos. Es por ello que no estrenan obras sino cada tres o cuatro años. Lo cierto es que con cada espectáculo se construyen mundos tan ricos y extraordinarios que lo difícil es bajarlos de cartelera porque no agotan al público francés y extranjero que llena noche a noche la enorme sala de la Cartoucherie, el emblemático espacio que ocupan desde hace décadas. Este recinto, en el bosque de Vincennes, es una nave industrial militar en donde se fabricaban municiones y que ha sido convertida en una de las salas teatrales más conocidas del mundo sin ser en absoluto lujosa sino funcional.
La cabeza de todo es una de las más grandes creadoras a nivel mundial: la gran directora de escena Ariane Mnouchkine, quien ha logrado en los 40 años de existencia de esta trouppe singular no solo posicionarla como un polo y referencia artística indispensable, sino como poseedora de una ética muy particular. Los más de 70 elementos que la constituyen son habitados por la ética que ha impuesto Arianne a partir de dos consignas muy simples: sin importar el oficio de cada uno, todos cobran exactamente lo mismo (incluida ella), y todos están implicados en el funcionamiento del teatro desde lo técnico hasta la atención del público, la venta de libros y souvenirs.
Esto crea una relación muy horizontal en el trato que no implica que las decisiones artísticas sean necesariamente comunitarias. Ahí el genio de Ariane es el que rige “sin rigidez”, suponemos, siempre con colaboradores de talla internacional, como ocurre en el caso de su montaje actual Une chambre en Inde que involucra al gran Kalaimamani Purisai Kannappa Sambandan Thambiran.
La constitución multiétnica y multicultural del Théâtre du Soleil no es un capricho sino parte fundamental de sus investigaciones e intereses. Integrar elementos, cuerpos y voces del mundo, de culturas ancestrales y de la supuesta modernidad, crean verdaderos mosaicos que ponen en choque, contradicción y encuentro a los seres humanos. Y esos mosaicos, con sus dolores y alegrías, devienen en actos escénicos poéticos y fundamentales para la comprensión de nuestra esencia. Y no son utopías o romanticismos. La pieza de la que hablaré la próxima semana es una bofetada a los fundamentalismos.
