Cultura

'Tristeza de los cítricos', sin medias tintas y lúcido desde la observación

El libro de la duranguense Liliana Blum aborda la extraña devoción por la autodestrucción, ya sea por soberbia intelectual, moral o de clase.

Liliana Blum narra con parsimonia los rituales secretos, la mitología de cada personaje de la 'Tristeza de los cítricos'(Páginas de espuma, 2019). Una constante en su obra: la tragedia íntima, ese dolor, la irritación que solo conoce quien la padece.

Blum encarna la realidad que hace evidente la ceguera de sus protagonistas por prejuicios, idealismo, posturas clasistas o morales. O simplemente una equivocada conexión neuronal o disfunciones corporales. 

Nada más alejado de la realidad, pero se requiere de pericia con el lenguaje para elevar esa realidad, y la autora lo logra no solamente en la narrativa, sino en la sensación que provoca en el lector.


Ese conocimiento del cuerpo y sus reacciones. No hay manera de escapar al lado sensorial de los personajes. No hay resquicio por el que no trasmine nuestra vida en los cuentos de la escritora duranguense.

La mundanidad al desnudo en los protagonistas y en el lector, esa sensación que lo persigue a uno la luna por la noche al caminar. Son cuentos que al leer la última línea comienza la bitácora mental del subconsciente y se incuban las manías en la trama.

En la narrativa de Blum siempre existe un aire de 'La Maldición de Eva', literatura sin medias tintas, lúcida desde la observación. Comprende la feminidad desde la carne, el deseo desde la piel y la ausencia en cualquier edad, en cualquier tragedia.

No hay bien o mal, sólo redes que la narradora hilvana en la trama. Son cuentos que no terminan, la sensación de un universo aparte, que en cualquier momento aparecerá el vividor que por guapo cree que la mentira podrá ocultar su flácido destino, caminando por las calles de Tampico por donde una muchacha escapa a los predicamentos de una madre por ser la amante de un hombre casado. Esa joven que escucha los balazos en el puerto donde raptan a El cuervo y su novia.


Narra el gobierno del instinto, inseguridades convertidas en sueños, luego en recuerdos. Liliana Blum es una escritora inquietante que rescata de la anegada normalidad, de la rutina, los efectos de la malquerencia, del rechazo de seres que vagabundeando emociones o situaciones transcurren por el tiempo. El amor y la rutina, el sueño fermentado por las emociones.

En el vilo de la conciencia y la muerte. Blum reúne los pocos resquicios que mantienen la vida en medio de la tormenta de emociones. De los destellos del cuerpo ante la última sentencia del destino y termina en el paisaje como un insecto en el muestrario de víctimas, de los daños colaterales de un taxidermista.

La normalidad es una bruma que esconde, o al menos, intenta, al asesino, al enfermo que habita los linderos de la moral o la medicación o de rumiar los recuerdos familiares. Mantiene la lucidez que el personaje perdió el control de la jauría de voces que engarruñan sus músculos y la tibieza de los nudillos luego de amoratar el rostro y el cuerpo de un sacrificable.

Liliana Blum narra esos momentos de horror con la limpidez del cuerpo, del instinto en el momento. Esos pensamientos que pasan por la mente en un acto desgraciado y en una situación determinada. Cuenta con temple en el lenguaje el detalle de la elipsis por reflexiona y actuar, y que se experimentan en el instante.

Algunos personajes de Tristeza de los cítricos son conscientes de la calamidad que los sigue como una maldición entreverada en los genes. La maldición de nacer. Personajes que saben pagar su divergencia genética que al final la tragedia libera, cuando se piensa que lo maldito es una condena.

Un cuento que puede resumir la historia de la humanidad y así lo logra la autora en la perspectiva sexual entre los hombres y las mujeres. Los vivales de toda la vida escondidos en la falsa verdad de la virilidad.

La narradora aborda la extraña devoción por la autodestrucción, ya sea por soberbia intelectual, moral, de clase o de flácida hombría.

Pero no solamente es atender a lo escrito en la carne y el hueso, sino también el desafio al destino. Y querer engañar, y más aún, intentar burlar la soledad que es una condición humana que no logra el ser humano asimilar del todo.

Pocas autoras logran que el cerrar el libro los personajes formen parte del paisaje habitual, encallados en la rutina, ¿o es que todos esconden una pequeña tragedia? Ese zumbido existencial persiguiéndonos.

No es frecuente ese registro expresivo, esa sensación similar cuando terminé de ver el documental La libertad del Diablo de Everardo González —el registro de las víctimas y victimarios que discuten el perdón y la ausencia por el narco en México—, de voltear en la solitaria sala y tener la boquilla de una pistola entre las cejas.

Ese olor a pólvora que es en el documental y en el libro el sabor metálico de la sangre, el aroma a sexo impregnado de las sábanas o ese sabor concentrado de las pastas.

No puede faltar el sueño, esa realidad que es un espejo que se multiplica infinitamente y nos acompaña en la vigilia, en la rutina, y su lenguaje se pierden con el nuestro, con la percepción y se convierte en el instinto de nuestras relaciones.

Liliana Blum reivindica el término maldito, que nunca ha dejado de ser de todos, nuestro mote de siempre se hierba en tierra ajena.

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Gilberto Lastra Guerrero
  • Gilberto Lastra Guerrero
  • Reportero y melómano de música estridente. Buscador de historias distópicas. Leo lo que se me pone enfrente.
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