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Hacer parodias de Donald Trump ha resultado inevitable, viral, urgente y sencillo para el mundo.

Hacer parodias de Donald Trump ha resultado inevitable, viral, urgente y sencillo para el mundo. Pasa por mi cabeza la preocupación de que parecen estar más conscientes en otros países del peligro que representa para México el personaje que los propios mexicanos en general. Por ello resulta apremiante responder también desde la cultura y el arte porque son bisagras que pueden detonar la reflexión y la acción. Los mecanismos pueden ser muchos: el humor, la ironía, la proyección futurista de la catástrofe, etcétera. Igualmente no se limita a formato alguno aunque, por lo pronto, la farsa descarnada sea la respuesta iracunda que parece más a la mano para azotar no solo al nieto de migrante alemán dueño de burdeles, nuevo habitante de la Casa Blanca, sino también para fustigar al pusilánime de Los Pinos con casa blanca (en algo habían de coincidir).

El cantautor cubano-mexicano Alejandro García Virulo ya lleva meses cantando los peligros trumpianos a través de su sin igual humor: “Qué le pasa a Donald Trump/ Que se peina de prestado/ Algo le han querido hacer los mexicanos/ O tal vez Carlos Slim se lo ha chingado…”. Asimismo, en los terrenos del cabaret, Ceci Sotres y Andrés Carreño encarnan a Enrique Peña Nieto y a Trump en el espectáculo Dos copetes de cuidado en el Teatro-Bar El Vicio, y no es difícil suponer que cada noche tienen carnita fresca para matarnos de risa porque el par de oligofrénicos que los inspiran resulta fuente inagotable. La caricatura política tiene material para mil años.

Cuando hablo de que el arte, en particular el teatro, tienen hoy un papel urgente, quisiera pensar en que no planteo solamente abordar lo que se nos viene desde la inmediatez, el chiste y la parodia (necesarias y poderosas), sino también desde otros niveles de lectura de la realidad. Recuerdo en 1995 cuando Vicente Leñero, Luis de Tavira, Víctor Hugo Rascón Banda y un grupo de creadores se plantearon el proyecto Teatro Clandestino, que era una manera de responder desde el escenario a la encrucijada que abría el levantamiento zapatista. Teatro Clandestino era urgencia, inmediatez y, al mismo tiempo, análisis profundo del contexto político-social. Era un teatro que intentaba (no siempre con éxito) adelantarse a la realidad o cuestionarla con la prontitud necesaria para generar un cambio, opinión, memoria adelantada (en esa rara virtud del teatro de “recordar para adelante”, diría Juan Tovar en Manga de Clavo). Todos somos Marcos, de Leñero, fue una de las obras señeras, el buque insignia que guiaba ese breve movimiento.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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