El teatro, en diversos contextos de guerra, ha servido como herramienta de la memoria, un ejercicio que se rehúsa al olvido. Ha sido testimonio de las atrocidades dejando asentada su numeralia, sus procederes, los dolores que dejan a su paso en los que sobreviven. Por tanto se constituye como acto de resistencia, reclamando justicia y reparación. En Colombia manifestaciones teatrales y performáticas (o el término que aquí acomode al lector) resultaron (y resultan) rescates simbólicos de las víctimas de la guerra. El contenedor o dispositivo escénico es asumido incluso por no profesionales: deudos o afectados por la violencia que ejercen desde lo escénico expresiones para visibilizar lo que el storytelling de los poderes fácticos busca sistemáticamente borrar. Y es que la normalización del horror no pasa necesariamente por acostumbrarse la población civil a los cuadros sangrientos recurrentes que se presencian, sino a los discursos oficiales del “aquí no pasa nada”, a la minimización y al control de medios que es capaz de sepultar cadáveres más rápido que los propios asesinos, sean de la facción que sean o bien de las fuerzas del estado.
Y esto se aplica también a México. Por eso es importante que el teatro o las maneras de la representación (y si quieren quitarle el “re” también está bien siempre y cuando no lo repitan) traigan a la luz y resignifiquen los resultados de la guerra. A veces el teatro denuncia, otras es memoria, y de vez en cuando le da por recordar para adelante y volverse bola de cristal o herramienta para desmantelar o desenmascarar estrategias del terror. El teatro argentino, uruguayo y chileno durante las dictaduras fue poderosísimo al trabajar desde las catacumbas. Posteriormente tuvo un papel fundamental en la exigencia de justicia y reparación. El Movimiento Teatro por la Identidad en Argentina, proyecto vinculado a las Abuelas de Plaza de Mayo, ha ayudado a muchos de los bebés secuestrados por militares a recuperar su verdadero nombre y origen.
Hace unas semanas, un grupo de teatristas pusimos a la consideración pública el Movimiento Teatro por la Dignidad como una respuesta al ascenso de Donald Trump al poder en los Estados Unidos y a la beligerancia y desprecio con los que trata a México y el mundo. Tal Movimiento, que no pretende sino responder desde el arte a las amenazas salvajes del señor Trump, busca multiplicarse en cuantas iniciativas generen los creadores del teatro que deseen sumarse. No hay imposición de ningún programa. Quien lo desee está invitado y a quien le aprieten o queden grandes los zapatos, pues que ni se los ponga.