Se ha hecho ya el panegírico del embajador Rafael Tovar y de Teresa como primer secretario de Cultura federal, sus enormes aportes, su amor por la música, su fortalecimiento de instituciones e infraestructura, sus obras. Sin duda nos hubiese gustado que en esta segunda oportunidad al frente de Conaculta, primero, y luego de la flamante Secretaría, no le hubiesen estorbado tantas cosas para mostrar un poderoso proyecto de cultura para la nación. De entrada, la animadversión que le profesaba el secretario de Educación, Emilio Chuayffet, su jefe, quien hizo lo posible por obstaculizar las acciones de Rafael y su equipo hasta agosto de 2015, fue la primera piedra en su camino. Los continuos recortes al sector cultura, año tras año desde que entró Enrique Peña Nieto, tampoco abonaron a favor de la implementación de un plan.
Apenas semanas después de que Chuayffet fue relevado, cuando el Ejecutivo anunció el 1 de septiembre de 2015 la creación de la Secretaría de Cultura (SC), no pocos tuvieron la sensación de que los funcionarios involucrados habían sido tomados por sorpresa, y no se mostró desde las primeras horas, días y semanas, un plan contundente que permitiera perfilar la cara de la nueva y soñada institución que acabara por poner orden estructuras que a lo largo de décadas crecieron con algunas deformidades e incluso sin marco jurídico, como el propio Conaculta.
Al entusiasmo primero en los corrillos culturales luego del anuncio, siguió una sensación de desasosiego cuando un nuevo recorte golpeaba a la flamante SC en 2016, en su primer año de operación (repetido para 2017; el acumulado en el sexenio ronda el 40 por ciento). El optimismo que podía leerse por la creación de la SC entró en contradicción con el proyecto de Presupuesto del Presidente para 2016 y confirmado en 2017, ya que disminuyeron drásticamente los recursos para el sector Cultura. Así, una Secretaría sin dientes, con un reglamento aprobado a las carreras para que no se le dejase sin presupuesto 2017 y aún sin ley que la rija, hizo a Tovar y de Teresa muy difícil la tarea asignada. A esto se sumó de manera trágica el cáncer que lo llevaría a una muerte temprana hace un par de semanas, amén de que el ámbito cultural que comandó hasta el año 2000 no era ya el mismo que cuando lo retomó en 2012. Tampoco el país ni las urgencias en materia cultural eran las mismas. Una pena que Rafael no hubiese tenido mejores circunstancias para cerrar con broche de oro una carrera luminosa y enorme, sin duda. En próxima entrega, seguiremos en el tema mientras seguimos a la espera del relevo, decisión que, definitivamente, no debiera ser política.