¡Matvejevic ha muerto! Si elijo estas palabras, tomadas de un artículo escrito por Pierre Boulez en el que deploraba la muerte de Arnold Schönberg, es para advertir de la magnitud de la desgracia, por lo menos esa es mi intención.
Yo conocí bien a Matvejevic; y hubo un tiempo, hace quince o veinte años aproximadamente, que nos veíamos a menudo. A él le gustaba asistir, de manera habitual, al Mittelfest, una especie de festival cultural que tiene lugar, cada mes de julio, en la antigua ciudad de Cividale del Friuli. Un encuentro de artistas de teatro, de bailarines, de músicos, de escritores de cinco naciones. Es por eso que el evento se llamaba Pentagonale, y posteriormente mudaría a Mittelfest, es decir, fiesta de la Europa Central, en alemán llamada Mitteleuropa.
Predrag Matvejevic era una especie de personificación de la Mitteleuropa. Su libro más famoso, Breviario mediterráneo (1987), estaba destinado a resumir la historia de las civilizaciones del Mediterráneo, especificar sus características, su papel y su destino, que en realidad se trataba del destino de Europa. Y en efecto, poco después de la aparición de ese escrito de Matvejevic, hijo de padre ruso y madre bosnia, estalló la guerra de los Balcanes, con aviones que zumbaban sobre nuestras cabezas (Trieste es la ciudad en la que vivo), armas que se vendían en nuestras calles y plazas, gente que partía hacia la guerra como se corre hacia un juego. […]
Matvejevic, entonces, se dispersa por Europa: se fue a enseñar a la Sorbona, en París; luego a Roma, en la Universidad de La Sapienza. Finalmente, quince años después vuelve a ser congruente, cuando se sintió nuevamente sosegado. Pero cuando regresó de nuevo a Zagreb, ciudad donde vivió cuando era joven, se volvió a sentir inseguro y sin equilibrio. Cada vez que me lo encontraba en los innumerables congresos sobre la Mitteleuropa en los que participaba y en los que volvía a escuchar los mismos discursos de siempre, se quejaba sobre el trato que siempre le reservaban en Croacia y sobre las condiciones en las que estaba sumergida su patria. Pero era alegre, gran conversador y de un carácter indefiniblemente vivaz y libre de resentimientos. […]
Nunca lo volví a ver, pero me llegaban noticias suyas a través de amigos. Claudio Magris se mantenía informado sobre su salud. El descubrimiento de su Breviario mediterráneo se debió precisamente a este escritor italiano, hoy el más conocido en el mundo.
El último libro de Matvejevic, L’altra Venezia (publicado en 2012 por el editor triestino Asterios, con un prefacio de Raffaele La Capria), es de un indescriptible y sutil pesimismo, pero no por ello deja de ser vital. Está lleno de sombras y predicciones oscuras, pero siempre a la manera de este sutil, jocoso e incontenible narrador ruso-mediterráneo, cultísimo, multilingüe, siempre dispuesto a una ligera actitud didáctica, pero de manera doméstica: como la de aquellos que, ya jubilados, piensan en impartirles clases a sus parientes, amigos y conocidos sin pretender que éstos aprendan nada de él.
Quería que los demás tomaran conciencia de lo sencilla que era su existencia. Acaso ésta sea precisamente una de las maneras más ligeras de irse despidiendo de la vida: sin mucho ruido, sin atormentar a nadie, como Aleksandr Pushkin, al final de su novela Eugenio Onegin, al separarse de su amado personaje. El ocaso de Europa y de la propia vida de Matvejevic fue más o menos así: una despedida triste, pero no del todo trágica.
Traducción de María Teresa Meneses.
Texto tomado de Il Corriere della Sera, 2 de febrero de 2017.