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Pinocho en Oasis

Poesía en segundos


Leer Oasis, no hacer (FCE, México, 2016) tiene un sentido crítico especial. Su autor, el escritor uruguayo radicado en México Eduardo Milán, ha puesto en entredicho la significación de la poesía mexicana a lo largo de más de 20 años en el entorno de la literatura hispanoamericana contemporánea. Desde su punto de vista, los poetas mexicanos están dominados por un carácter ornamental. ¿En qué consiste esta marca? A grandes rasgos, si logramos desenredar la prosa embrollada de En el suelo incierto, ensayos (FCE, 2014) —versión ampliada de Resistir (1994) y de Una crisis de ornamento (2012) —, en tres defectos: incapacidad para romper con la tradición, ausencia del uso del fragmento en la escritura e incomprensión de que la poesía ocurre en un “no lugar”. Esta crítica parte de la idea de que la modernidad, en términos de cambio histórico, implica la autonomía radical del lenguaje y que esta independencia es anti burguesa. ¿Es pertinente la crítica? No lo es. Confunde e ignora dos hechos: uno, la poesía mexicana está poseída por el demonio de la inconformidad que no acepta “la distinción escolar” entre imaginación e inteligencia, y dos, la especialización del lenguaje —y de la poesía— es una operación propia del capitalismo (en su nuevo ciclo neo “marxista”, a la moda, Milán debería leer con cuidado las observaciones sobre la fragmentación de Georg Lukács). Estas confusiones y olvidos impiden comprender que el trocamiento de las formas y el cuestionamiento de los valores no son simples y unilaterales sino complejos y múltiples, de tal modo que López Velarde podría devenir, en una visión sin prejuicios, una escritura de hoy, como son actuales y excepcionales las piezas “conservadoras” —con forma y origen concretos— de Borges o los sonetos de Pessoa. A qué clase de poesía lleva esta incomprensión. Precisamente a ésa que Milán combate: la poesía de fachada o, dicho de manera más clara, la creación superficial en el punto chato del lenguaje.

Como el poeta uruguayo parte del hecho de que la poesía sucede en un “no lugar” —carece de relato, composición, realidad y significación—, y como él cree que las palabras solo hablan de palabras —en este litigio especulativo son auto reflexivas, “se dicen”—, el poema o lo que él llama poema pone en práctica una suerte de texto asimétrico donde la imaginación y la inteligencia no solo están ausentes sino prohibidas. El protagonista de estas carrerillas y atorones es una elusión constante. En ella, la rima fácil, el ripio en la aliteración, el disparate del payaso délfico y un compuesto de vocablos y frases metafísicas, sociológicas, líricas y coloquiales sirven para saltar de un sitio a otro y mostrarnos que el “no lugar” es ocultar, encerrarse en un clóset, no hacer para no decir, hablar como Pinocho. Un ejemplo: “La piel siente/ yo había dicho ya la piel piensa/ cuando el comunismo cae el cuerpo cae”; o estas otras líneas con la nariz más larga: “La calidad, cosa cálida/ no se coloca calidad en calco de ruina/ el dedo griego no coincide con el dedo uruguayo”.

¿Quién puede poner en duda que la poesía entraña búsqueda y significa hundirse en la realidad oscura y poliédrica de la experiencia y del lenguaje? Pero pasar de este hecho indiscutible al desliz, al desatino y a la impostura en defensa de un “suelo incierto” o de un “Oasis”, es un grave error y nos permite entender por qué el lector culto y exigente rechaza la poesía de nuestro tiempo y por qué la novela con su afán de periodismo ha ocupado el sitio, el “sí lugar”, del poema.
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Víctor Manuel Mendiola
  • Víctor Manuel Mendiola
  • Víctor Manuel Mendiola, poeta, ensayista y editor, dirige desde hace cuarenta años Ediciones El Tucán de Virginia. Ha publicado Tan oro y ogro (poesía) y El surrealismo de Piedra de sol (ensayo).
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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