¿Para que el teatro? La vieja pregunta. ¿Qué puñetera utilidad puede tener hoy? Y peor, ¿para qué el teatro en un país como México que lleva 11 años en una guerra no reconocida como tal por otras naciones ni por organismos internacionales? Más de un cuarto de millón de muertos y medio centenar de miles de desaparecidos no parecen suficientes para que la ONU haga una declaratoria, para que se impongan sanciones o se persiga a los políticos mexicanos como criminales de guerra.
2017 ha sido para México un año devastador en muchos sentidos. Ya en el 2015 se había formalizado la creación de la Secretaría de Cultura federal. Parecían buenas noticias. Al fin la cultura tenía el mismo rango que la educación, la salud o la defensa nacional y, por tanto, acceso a presupuestos que fuesen acordes con ello. Pero no. Se creó una Secretaría sin presupuesto mayor, con una estructura con elefantiasis heredada de su ser anterior y en un contexto de crisis que se haría sentir con recortes enormes que, en el acumulado del gobierno de Peña Nieto, ya ronda el 40 por ciento. Y a los recortes habría que sumar el terremoto de septiembre que inhabilitó infraestructura cultural y devastó patrimonio histórico que es urgente recuperar; y la Ley de Seguridad Interior que acaban de aprobar diputados y senadores, misma que restringirá las libertades de los ciudadanos y que dará poderes ilimitados al presidente para reprimir cualquier “revuelta” derivada, por ejemplo, de una protesta por el fraude electoral que se cocina para junio de 2018.
Mientras tanto, el teatro parece ir bien porque la salud de la escena mexicana en tanto diversidad de propuestas, de contenedores artísticos, de dramaturgias, de discursos y un largo etcétera, va increíblemente bien. Cada vez se participa más y más en festivales internacionales con propuestas tradicionales e innovadoras que se aprecian. Surgen aquí y allá creadores emergentes valiosísimos. En fin, que la cosa no va mal en términos expresivos.
Pero la crisis de espacios, en las principales ciudades, cada vez es peor porque ante la demografía de teatreros y la demanda de los teatros oficiales es abrumadora y los presupuestos reducidos una y otra vez no alcanzan más que para la repartición de las migajas. Así, todo el mundo peleando por un pequeñísimo y empobrecido territorio, las discordias abundan y es difícil entender entonces para qué y para quién carajos hacemos lo que hacemos. Los placebos beca, temporada pequeñita, subsidio raquítico consuelan y siempre estamos mirando en el corto plazo, en el día a día. ¿Y para qué nos sirve el teatro en este contexto?