¿Ayuda la música a resolver los conflictos sociales? El inglés Osseily Hanna se propuso hacer una investigación al respecto y viajó a diferentes zonas de conflicto. Así descubrió a Heartbeat, una banda formada por jóvenes israelíes y palestinos, y a otro puñado de improbables agrupaciones. Producto de seis años de ahorros y tres de trabajo de campo, nació Música y coexistencia, proyecto que tiene dos vertientes: libro y documental. Éste último se estrena el 21 de noviembre en la Cineteca Nacional.
Música y coexistencia empezó como libro. ¿En qué momento decidió que su investigación daría pie a un filme?
Hace tiempo trabajé con el director italiano Alessandro Molatore. Le coproduje dos videorreportajes en América Latina. Tras ayudarlo, atesoré más mi proyecto; para entonces ya había contactado a algunos grupos en Medio Oriente. Mi idea original era viajar solo pero después de ver el resultado de los reportajes que filmamos me pareció que debíamos rodar los encuentros con los músicos.
Palestina y Turquía son puntos donde coinciden varias de las historias.
Coinciden pero cada historia es diferente. El vaso comunicante es la dignidad humana y la capacidad de enfrentar problemas mediante la música. Quería mostrar, más que un mosaico de problemas, la tela humana que nos une y de la cual nace el respeto. Me interesaba destacar que a pesar de las adversidades siempre existe la posibilidad de disminuir las brechas y construir puentes. Heartbeat es un ejemplo de que la solución no es la separación sino la coexistencia.
La mayoría de los grupos no hacen música tradicional. Hay de música clásica, rap o rock, es decir, hay ritmos globalizados. ¿Esto ayuda a superar los conflictos regionales?
Lo más importante es el mensaje que intentan dar. La simple convivencia entre ellos ya supone una lección porque se tienen que juntar y decidir si van a hacer rock o rap. Para conseguirlo deben sincronizarse y hacer una actividad en común que implica confiar en el otro. Los músicos son conscientes de la necesidad de superar los conflictos, por eso canalizan su energía en algo indeleble. No sabemos qué sucederá mañana pero al menos a través del documental amplifiqué su voz y la hice llegar a más gente.
Tanto el libro como el filme tienen ventajas y limitaciones propias del formato. ¿Cómo fue su experiencia en este sentido?
La limitante del libro es que no puedes escuchar la música; a cambio, puedes profundizar y aportar más ejemplos. Con la película fue diferente porque somos testigos del trabajo, podemos verlos ensayar y escuchar las inflexiones de sus voces. Espero que la combinación aporte una visión más panorámica del proyecto.
¿En qué momento definió lo que servía para el libro y lo que iba para la película?
En la edición del filme. Durante ese proceso pensé y concebí el sentido de la película. Si bien no todos los capítulos duran lo mismo, me enfoqué en modularlos para que tuvieran el mismo nivel de interés. Heartbeat es más extenso dada la cantidad de material que conseguí, pero en Kosovo las condiciones de rodaje fueron muy adversas porque teníamos al ejército encima. Turquía y Armenia implicaron otras condiciones. En cada caso la situación política y el miedo de los personajes determinaron la historia. Al final me hice amigo de varios de los músicos y si ellos me dejaron filmarlos, lo menos que podía hacer era respetarlos. No quise poner algo que pudiera atentar o exponer su seguridad.
El ritmo de cada historia se narra acorde al ritmo que propone el grupo. ¿Fue algo premeditado?
También lo descubrí en la edición: mientras estás en el rodaje apenas tienes tiempo para pensar. El guión aplica para la ficción pero no en el documental. Tu trabajo como director consiste en entender el tema, a los protagonistas, y descubrir los factores que inciden en su historia, pero fuera de eso aprendes a improvisar.