En un evento transcurrido el fin de semana pasado durante la FIL de Guadalajara, para presentar la novela gráfica sobre la vida del Che Guevara, elaborada por José Hernández a partir de la biografía de Jon Lee Anderson, tanto el propio Hernández como Fernando Rivera Calderón coincidieron en que si bien el Che y el recién fallecido Fidel Castro son figuras polarizantes, que cuentan con fervientes seguidores, acérrimos detractores y una amplia gama de gente situada en posturas intermedias, algo que sí ofrecieron en los albores de la Revolución cubana, que probablemente sería muy necesario hoy en día, es un ideal o un paradigma alternativo frente a la brutalidad de lo existente. Incluso, se preguntaban, cuántos jóvenes estarían hoy dispuestos a dejar vidas materialmente cómodas y resueltas como las que ambos gozaban, para luchar con todas las probabilidades en contra para procurar un cambio político.
Y es que en ese sentido no deja de ser curioso que, ante la muerte de Castro, los distintos representantes de las derechas gubernamentales, empresariales, mediáticas y de grupos intelectuales se hayan unido prácticamente al unísono en su condena, calificándolo como poco más que un dictadorzuelo que acabó con las libertades y la prosperidad en Cuba, al tiempo que todo este establishment en su conjunto es el defensor tanto en la práctica como a nivel ideológico de un proyecto sociopolítico, el neoliberalismo, que ha diseminado probablemente como nunca antes la miseria y la precariedad, así como incrementado las desigualdades y la concentración de la riqueza a unos niveles tales que son los principales responsables de las catástrofes políticas que presenciamos en la actualidad. Es tal la obcecación fanática que ni siquiera son capaces de matizar rasgos eminentemente loables como haber procurado educación y salud universales (como me decía en estos días un prominente escritor mexicano: “Yo siempre he dicho que cualquier indígena mexicano sumido en la miseria preferiría ser cubano”), pues se trata ante todo de dedicar las palabras y el pensamiento a continuar defendiendo lo indefendible, y a seguir insistiendo en que solo con más mercado, libre comercio y desregulación de todas las trabas a la acumulación ingente, la humanidad podrá seguir su marcha hacia el progreso.
Entretanto, la ira y el descontento masivos nos siguen endilgando fenómenos como Donald Trump (que, como George Monbiot ha señalado, es un hijo predilecto de la ideología neoliberal, encarnando como nadie más los valores de individualismo y avaricia en los que se sustenta), quien, sin la devastación económica y cultural producida por el actual régimen, jamás habría llegado a donde se encuentra ahora. Ignoro si en última instancia la historia absolverá o no a Fidel Castro, pero sí sé que los responsables ideológicos, intelectuales y prácticos del proyecto neoliberal pasarán a formar parte del registro histórico de una ignominiosa camarilla que ha conducido al planeta entero —incluso en un sentido ecológico— a una catástrofe de magnitud igual o mayor a las que se han producido con anterioridad en la historia humana.