En la primera mitad del siglo XIX, el doctor mesmérico francés Charles Poyen y su ayudante Cynthia Gleason hicieron un tour por el noroeste de Estados Unidos, teniendo notable éxito en Boston y en Providence con una suerte de espectáculo que consistía en una conferencia sobre las bondades del mesmerismo o magnetismo animal, doctrina que Poyen estaba introduciendo en el país y después, para poner en términos prácticos aquello que acababa de explicar, mesmerizaba al auditorio y dejaba a buena parte de su público en un estado hipnótico. Cynthia Gleason, su ayudante, estaba casi paralizada físicamente, pero tenía un asombroso talento para transmitir los poderes mesméricos de Charles Poyen; al tener poca movilidad se concentraba en retransmitir, multiplicada, la energía que proyectaba el doctor.
El mesmerismo era la técnica que inventó el médico francés Franz Mesmer para curar pacientes a partir de la sugestión, era una especie de hipnosis también conocida como magnetismo animal, por el fluido magnético que, según Mesmer, conectaba a todos los seres vivos en una especie de red. Aunque hubo una comisión de académicos en Francia, en 1784, que no encontró ninguna evidencia de que el método del doctor Mesmer funcionara, y después otra en 1825, el mesmerismo volvió loca a la sociedad estadunidense, sobre todo en la región de Nueva Inglaterra, a mediados del siglo XIX.
Charles Poyen fue el primer doctor mesmérico en Estados Unidos, llegó a hacer fortuna con esa doctrina que ya había sido descalificado dos veces por la Academia francesa y más adelante, cerca del siglo XX, las teorías del doctor Mesmer habían caído al nivel del cuento chino; sin embargo, en 1837 esa pseudociencia desechada en Europa funcionaba en Estados Unidos. Hay un montón de casos documentados, no sobre la efectividad del mesmerismo, sino sobre su poder de sugestión; bastaba que Charles Poyen explicara a un auditorio las virtudes del magnetismo animal para que tres cuartas partes del público que lo escuchaba en el teatro quedaran mesmerizadas. Cuando el público entraba en ese trance hipnótico, según puede leerse en las notas de prensa de la época, nunca faltaba el mesmerizado que decía a otro que no había caído bajo el hechizo de Poyen, dónde podía encontrar un objeto que tenía perdido desde hacía tiempo, y tampoco faltaba el que expresaba con tino un vaticinio social o político, ni quien era capaz de adivinar, azuzado por Poyen, lo que estaba pensando un asistente despierto. El mesmerismo era una chapuza pero sus efectos no, la gente se prestaba, quería participar en esas terapias colectivas o individuales, que proponía el doctor francés como método de curación para diversas enfermedades. El mesmerismo no curaba, pero hacía entrar en contacto a los pacientes con una zona desconocida de sí mismos y las historias que salían de los teatros donde actuaba Charles Poyen eran tan reales que llenaban los periódicos.
Poyen cuenta en su libro autobiográfico, Progress of Animal Magnetism in New England, publicado en Boston en 1837, sobre el poco éxito que tenían sus conferencias, sobre todo la parte práctica, al principio, y cómo todo cambió cuando comenzó a valerse del talento magnético de Cynthia Gleason. La prueba del éxito de aquellos espectáculos mesméricos es que años más tarde, en 1845, había en Boston, la ciudad de los grandes éxitos del doctor francés, 300 doctores mesméricos que hipnotizaban individuos o grupos de personas.
El éxito del mesmerismo, el prestigio del estado hipnótico que instauró el francés en la primera parte del siglo XIX, tuvo una importante repercusión en el sonambulismo, en la gente que camina y habla dormida y que en esa época quedaba naturalmente integrada al magnetismo animal, que las hacían hablar y conducirse como si estuvieran hipnotizadas o, para decirlo con propiedad, mesmerizadas.
Pero los sonámbulos que más llamaban la atención en esa época no eran los sugestionados por los doctores mesméricos, sino los que entraban espontáneamente en ese estado, y que eran casi siempre mujeres. Durante muchos años se discutieron las causas de aquel sonambulismo, y se llegó a conclusiones, dentro de la lógica que predominaba entonces, muy poco científicas y quizá demasiado literarias, pero sin duda muy útiles para fijar esos fenómenos que entonces no tenían otra explicación. Los médicos veían, en la forma en que un sonámbulo hacía premoniciones o hablaba con los muertos o hacía cosas francamente prodigiosas, la extraordinaria empatía que lograba la esencia de un ser con las esencias de los otros, y la mayoría de las personas aceptaban el fenómeno como un misterio de la naturaleza, como parte de esa totalidad que ponía en contacto a todos los cuerpos terrestres y celestes por medio del flujo magnético que existía entre los elementos del universo, donde lo más lejano y lo más cercano estaba irremediablemente conectado por la red del magnetismo animal. También intervenían, en el intento por explicar el fenómeno, las constelaciones astrológicas, los planetas, la trasmutación alquímica de la materia y la siempre misteriosa relación entre el cuerpo y el alma; todo eso formaba un tendido, digamos, precientífico, que unos años más tarde terminaría aniquilado por la ciencia.
El magnetismo animal, visto desde el siglo XXI, puede parecer el negocio de un vivo que se aprovechaba de la necesidad de creer que tenían las personas en el siglo XIX, pero si miramos bien a nuestro alrededor descubriremos que casi nada ha cambiado, el mundo sigue lleno de iluminados que pretenden salvarnos, curarnos o guiarnos, y de gente crédula que está dispuesta a creer cualquier excentricidad, a veces más escandalosa que los métodos de Charles Poyen y de su ayudante Cynthia Gleason.
De aquella época, hay una serie de documentos, que estuvieron 150 años enterrados en alguna biblioteca, y a los que hoy puede llegarse fácilmente por Google. De todas esas historias, llenas de personajes fantásticos y rigurosamente reales, he elegido las historias de cuatro sonámbulas:
1.- En 1794, en el pueblo de Marcellus, Nueva York, había 75 casas y tres iglesias. Ahí nació, en ese año, Rachel Baker, que era hija de una familia religiosa y muy piadosa. Durante sus horas de vigilia la niña hablaba poco, pero cuando estaba dormida pronunciaba unos sermones trascendentales que todos querían oír. Sus sermones se hicieron tan importantes y útiles, en Marcellus, que un distinguido doctor de la época, llamado John H. Douglass, la invitó en 1813 a Nueva York para que la examinara el doctor Mitchil, un experto que había atendido varios casos como el de ella. De aquel examen se concluyó que Rachel hablaba desde el último de los siete niveles del sueño, ese en el que se tiene la habilidad para “predicar y para dirigirse al ser supremo”. Después del exámen, Rachel fue internada en un convento para jovencitas donde siguió, para deleite de sus condiscípulas, largando sus trascendentales sermones mientras estaba dormida. Charles Mais, un estenógrafo, anotó buena parte de los sermones de Rachel y después los publicó en un volumen titulado Rachel’s sermons, en 1814.
2.- En el libro Account of Jane C. R, Springfield sonambulist, escrito por L.W. Belden en 1834, puede leerse la biografía de Jane. Su madre murió cuando era una niña y, cuando tenía 17 años, su padre la envió a trabajar como sirvienta en la casa de la familia Stebbins. Su espectacular sonambulismo consiguió que los Stebbins la retiraran de las labores domésticas durante el día, porque cuando estaba dormida trabajaba con una desconcertante eficiencia. Dormida y con los ojos cerrados era capaz de poner la mesa, servir la leche o el vino, cortar el pan y cocinar una comida completa para la familia. También, herméticamente dormida, podía meter el hilo por el ojo de una aguja y remendar una prenda y, en un experimento que hizo uno de los doctores mesméricos que intentaban decodificar sus talentos, fue capaz de adivinar, con una venda en los ojos que le puso el doctor, las fechas de varias monedas que alguien sostenía a lo lejos. En sus momentos más inspirados de sonambulismo, Jane escribía hermosos poemas, páginas llenas de una prosa sofisticada, y cantaba canciones con una entonación perfecta.
3.- En 1834, en Rhode Island, una niña llamada Loraina Brackett sufrió un violento golpe en la cabeza que la dejó ciega y con cierta disfunción al hablar. Cuando la estaba tratando un doctor mesmerista, con una de sus terapias de magnetismo animal, Loraina cayó en un trance que la hizo viajar, sin que su cuerpo se moviera del consultorio, hasta su casa y, una vez ahí, comenzó a describir uno por uno, como si los estuviera viendo, los cuadros que había en las paredes. Cuando estaba dormida, en su fase de sonambulismo, con una claridad pasmosa contaba de sus viajes extraterrestres, a la Luna, Marte, Saturno y al Sol.
4.- En el libro Summer on the lakes, publicado en 1844, Margaret Fuller nos cuenta el caso de Frederica Hauffe, una frágil campesina que, dormida, tenía un talento especial para detectar ángeles, demonios y fantasmas, y además era capaz de diagnosticar una enfermedad solo con estar cerca de la persona enferma. Pero el acceso de Frederica a la intimidad orgánica de las personas la convirtió en una especie de vampiro, que cuando se sentía débil robaba la energía de la gente que tenía alrededor, y provocaba unas escenas dantescas en las que ella, sonámbula y recién vigorizada por la energía de los otros, resplandecía en el centro de un grupo de personas que no podían levantarse del suelo.