Echando fuego por la boca, el cartujo avanza por las primeras páginas de Cinco esquinas, la nueva novela de Mario Vargas Llosa. Quiere detenerse, pero no puede; un impulso perverso lo guía y lo hace testigo de las caricias y los jadeos de dos amigas —una rubia y otra morena— de pronto víctimas de deseos ocultos, de una pasión irrefrenable.
Ese es el acicate, lo sabrá 295 páginas después, cuando la historia termine y él se quede tendido en su catre, sin aliento, noqueado por la potencia narrativa del Nobel peruano.
Las amigas pertenecen a la aristocracia limeña, son hermosas, casadas con hombres prominentes, uno abogado, el otro empresario minero. Viven en un país sumido en la violencia, donde los atentados, los secuestros, la represión fraguada desde los sótanos del poder forman parte de la vida cotidiana y eso empaña, un poco, solo un poco, su bienestar.
El empresario recibe un día la visita de un periodista, director de una revista de chismes de la farándula, tortuoso y con un público amplio “que seguía, encantado, las revelaciones que hacía, acusando de maricas a cantantes y músicos, sus exploraciones morbosas de las intimidades de las personas públicas, sus ‘primicias’ sacando a la luz suciedades y vergüenzas que siempre exageraba y a veces inventaba”.
La existencia feliz del empresario comienza a torcerse —en varios sentidos— a partir de entonces y la novela deviene thriller, una historia vertiginosa sobre la realidad peruana de los últimos días del gobierno de Alberto Fujimori, con Vladimiro Montesinos —“El Doctor”— operando desde las sombras, comprando conciencias, pisoteando derechos, ordenando muertes, traficando drogas y armas, enriqueciéndose obscenamente.
La novela no concede tregua, sus personajes conmueven, seducen o irritan con sus costumbres o prejuicios; son el reflejo de un país con altos contrastes económicos y un atávico deseo de justicia social, donde la prensa amarillista es utilizada por el gobierno —específicamente por el poderoso “Doctor”— para “desprestigiar y aniquilar moralmente a todos sus adversarios”, como ha dicho el propio Vargas Llosa.
El periodista, después de intentar sin éxito negociar con él, publica fotos comprometedoras del empresario minero y todos los medios le hacen eco. El escándalo recorre el país, el matrimonio del atribulado hombre se tambalea y su esposa acrecienta su cercanía con la amiga con la cual enciende hogueras clandestinas.
Una muerte, la fabricación de un culpable —como siempre, un pobre diablo—, la revelación de algunos secretos y una periodista, habitante del populoso barrio de Cinco esquinas, recuperando, así sea de manera fugaz, el orgullo de su oficio para confrontar al poder, para denunciar sus corruptelas y sus crímenes son parte central de esta novela donde se confrontan el periodismo mercenario y su antítesis, el periodismo “como un instrumento de liberación, de defensa moral y cívica de una sociedad”.
Queridos cinco lectores, con la mirada puesta en La Habana, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.
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Mario Vargas Llosa