Cultura

'La memoria donde ardía': Todo es tan bonito

A fuego lento

En La memoria donde ardía, Socorro Venegas reúne diecisiete estampas donde la maternidad —y, por añadidura, a la paternidad— resulta un recurso inagotable.

Respingo cada vez que encuentro una novela o una colección de relatos confeccionada con una escritura adorable. Claro que importa, y mucho, la frase iluminadora, el sentido del ritmo, la máxima veneración por el peso justo de las palabras, pero transformar la prosa en una sucesión de linduras poéticas me lleva a pensar más en una pastelería que en mundos narrativos. Digo esto después de leer La memoria donde ardía (Páginas de espuma) de Socorro Venegas.

La mayoría de sus diecisiete estampas tiene a la maternidad —y, por añadidura, a la paternidad— como recurso inagotable. Ahí están la maternidad no deseada, la maternidad que engendra mutilados, la maternidad como promesa estéril, la maternidad indiferente… Y ahí están, por supuesto, las mujeres que padecen, reniegan o añoran ese estado. En ocasiones, el cuadro resulta desolador; en otras, observamos a un grupo de soledades abiertas de par en par. La sensación de movimiento está ausente. Más que leer, contemplamos una serie de tomas fijas a la manera de un álbum fotográfico.

Algo, sin embargo, debe ocurrirles a los personajes, algo, aunque sea un mínimo temblor. Por descontado, y como si estuvieran predestinados, están terriblemente solos. Una vez que tenemos muy claro todo eso, Venegas procede a colorear las escenas para producir lo que identifica con un estremecimiento. Pero nunca pasa nada. En “Los aposentos del aire”, y luego de asistir al deterioro de un par de niños condenados a la muerte por cáncer, leemos: “Me sentí tonto. Abrí la boca para que de mí saliera una nube que borrara todo”. En “El nadador infinito”, la protagonista, infelizmente casada y a punto de parir cuando no hace sino extrañar a su amante, dice: “La fuente de su vida estaba rota, llegaba al final de su viaje y abría un portal sin luz, en medio de una noche de mármol, mientras por mis muslos escurría un agua que se arremolinaba en olas, oscuras olas”. Todo es tan bonito. La insatisfacción sexual, el deterioro físico, la soledad, en fin…, los golpes, se resuelven de manera tan preciosista que terminan por perder su peso, su intolerable significado.

La memoria donde ardía guarda una merecida semejanza con aquellas construcciones fatuas que se erigían después de meses de trabajo y caían por tierra en unas horas para regocijo de los súbditos de la Corona española en tiempos de la Contrarreforma: sólo artificio y vanidad.

ÁSS

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Roberto Pliego
  • Roberto Pliego
  • (1961) Cursó Letras Hispánicas en la UNAM. Fue subdirector de la revista Nexos. Autor de La estrella de Jorge Campos y 101 preguntas para ser culto, es editor de Laberinto.
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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.notivox.com.mx/cultura/laberinto
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