Promete albur y lo cumple, pero no solamente no resulta una vulgaridad sino que se torna en apasionante y hasta tierna historia esta nueva obra que la dramaturga-directora-actriz Abril Mayett ha reestrenado en el teatro Enrique Lizalde (antes Coyoacán) de la Sociedad General de Escritores de México —esperemos que la programación de los teatros de esta organización siga fortaleciéndose en una ciudad que requiere con urgencia espacios escénicos con programación de calidad.
Todos los jueves hasta el 30 de noviembre, usted, lector, tiene una cita para divertirse como enano con La verdura carnívora, que nos trae al escenario la historia de Verdolaga, una niña que desde que tiene uso de razón ha sido carne de cañón para las peores violencias de una ciudad que lo que menos hace es proteger a la infancia. Así como aquel niño que de tanto oírlo creía que su nombre era “¡Cállate!”, la protagonista de esta terrible y delirante historia ha crecido oyendo “Te va a tocar verdolaga”, y termina por ponerle una coma a la frase.
Este unipersonal salva todos los problemas severos que implica la escritura del monólogo de manera acertada. Mayett tiene la virtud del oído y juega con la palabra yendo y viniendo del pasado remoto al presente que tiene al personaje preso y obligado a transmitir a una audiencia. La actualización dramática del relato de Verdolaga está justamente en dos estrategias dramatúrgicas: la ficcionalización del público en tanto audiencia de la prisión a la que la protagonista se ve obligada a hablarle (e incluso disfruta amedrentándola), y la interacción en tiempo presente de los distintos personajes con que se topó y la violentaron en el pasado. Brillante y simple escritura, a veces demasiado llana y esto va en su contra porque resta complejidad.
Lo cierto es que La verdura carnívora logra su objetivo que es, mientras nos cagamos de risa, ponernos en el filo de la navaja para aceptar como justas o admisibles las acciones que llevaron al personaje a cometer actos criminales contra los hombres. La disyuntiva ético-moral se la deja Mayett al público que se siente profundamente movido e incómodo en medio de su propia y estruendosa carcajada. Podemos decir que es una cabronada autoral muy bien tramada, con momentos de debilidad, pero que piensa y trabaja todo el tiempo con el espectador. ¿Y qué no debemos hacer eso siempre los teatreros? Pues para algunos no, aunque nos llenen de infinita güeva. Para Mayett es clara la premisa: entretener con inteligencia mientras nos clava un cuchillo en el abdomen. No se la pierda.