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La última superstición

SEMÁFORO

Hegel, deslumbrado por su propia inteligencia, dijo que el Estado es “lo racional en sí” y “la substancia ética consciente de sí misma”. Y las clases políticas rezan todavía en una ruinosa religión aristocrática: son feligreses del Estado; mientras, buena parte de la población —y sobre todo los jóvenes, o eso que llaman millenials— viene adoptando un culto plebeyo, llamado sociedad civil. La idea es servir a la sociedad porque el Estado está podrido. No sabemos cómo deshacernos de él, pero ya no lo veneramos. Quedan muchos feligreses de aquella iglesia fallida, y creen que la mejora social, la justicia, el bienestar y solidaridad de la sociedad pueden y deben ser producidos y conducidos por el Estado. Son cada vez menos, mientras que los jóvenes, incrédulos y enojados, han alzado un nuevo y mejor credo: la sociedad civil. Pero es una fe.

La antropología de los siglos anteriores supuso que la vida humana anterior al surgimiento del Estado era rea de la supervivencia básica: carencia, hambre, indefensión y miedo para sobrevivir precariamente. Pero las investigaciones recientes han mostrado lo contrario: las sociedades sin Estado viven en la abundancia y no tienen Estado porque no lo quieren, no porque ignoren cómo erguirlo.

Los judíos dejaron la abundancia (ajena) de Egipto y su vetusta religión para irse a tierras pobres, organizarse sin gobiernos, con solo su nueva religión y una agrupación de jueces que carecía de poder, pero con autoridad. Yahvé dejó de hablar con su pueblo cuando quisieron tener rey. Los libros sagrados abundan en el elogio de la vida nómada, o seminómada, como en el Paraíso, a cuya salida queda la maldición de trabajar la tierra y sudar: Abel es pastor y Caín, agricultor. Durante el cautiverio en Egipto, cuando José se reencuentra con sus hermanos y los lleva ante Faraón, antes de entrar, los alecciona: digan que son ganaderos, porque Faraón odia a los pastores. La misma nostalgia aparece entre griegos y romanos: el mito indoeuropeo de la “Edad de oro”: el elogio de la vida libre del pastoreo y el lamento bajo el poder estatal.

No es polémica solo del pasado: es nuestra querella actual. El Estado engendra diferencias entre los pocos ricos de arriba y los muchos pobres de abajo; estructura que copian y repiten la política y la economía. Nuestro actual hartazgo y hasta repulsión moral e intelectual hacia los empleados y funcionarios del estado no es reparable. Algunos creen que se puede cambiar al personal y hallar un estado admirable. Ingenuidad e ignorancia: esperan cosas que no han sucedido y no van a suceder.

El monstruo del Estado tendrá que renunciar a sus delirios de Historia (con mayúscula) y a suponer que puede guiar mentes o conciencias. La estafeta está en las manos de la nueva religión plebeya: la sociedad (“la última superstición”, la llama Roberto Calasso). La nueva vida política tendrá que hacerse en una sociedad civil que quiere ceñirse las ropas de la liturgia. Pronto, las instituciones públicas responderán a un nuevo paradigma, cuyo orden de valores no reside ya en su centralidad, gobierno y sede, sino en las formas nuevas de una suerte de nomadismo civil y moral.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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