A mediados de este año aparecieron dos libros de ensayo: De la intimidad (FCE, 2016) de Luis Vicente de Aguinaga y Anotaciones para una teoría del fracaso (FCE, 2016) de Gabriel Bernal Granados. Ambos títulos no solo son buenas prosas por el carácter atractivo de la escritura y la claridad de las preocupaciones sino por el conocimiento verdadero y original de momentos significativos, en el primer caso, de la tradición poética en México y, en el segundo, de una fuente de la poesía moderna con sus inevitables digresiones hacia la pintura.
El texto de Aguinaga, del que me ocuparé en esta ocasión, además ofrece un sugerente subtítulo: Emociones privadas y experiencias públicas en la poesía mexicana, rótulo con el cual el autor nos advierte el sentido frágil y singular de la escritura y la lectura y, a la vez, la condición inevitablemente política y social de estos dos actos. El estudio, elaborado a lo largo de siete capítulos, desarrolla un análisis contrastado de varias poesías significativas: “Las ruinas de México” de José Emilio Pacheco, “El retorno imposible” de Enrique González Martínez, “A las vírgenes” de Ramón López Velarde, “Non serviam” de Jorge Fernández Granados y “Migraña” de Luigi Amara. Los cinco ensayos principales tienen la cualidad común de plantear la relación imprevista, pero necesaria, de los textos examinados con otras escrituras, de tal forma que De Aguinaga nos hace entender los poemas que estudia en perspectiva, es decir, vemos en su unidad la pieza considerada, pero también la vemos en la profundidad de algunas de las obras que la precedieron. La comparación, como sucede en el caso de las comparaciones certeras, crea la hondura y el horizonte múltiple desde donde debemos observar cualquier poema. Así, al parangonar unos poemas con otros, De Aguinaga convierte a las composiciones observadas en formas más claras y, lo que es más interesante, en formas más abiertas en las que el lector cuenta con más recursos de apreciación y puede decidir si le gustan o no. Esta habilidad de cotejar de manera libre y atinada —seguro ayuda que el autor sea, además de un poeta, también un académico— muestra que la comparación juega un papel muy importante en la dilucidación del mérito de un texto. Quizá la única manera que tenemos de saber cuál es el valor real de una obra ocurra a través de una confrontación en perspectiva. En este ejercicio aprendemos qué tan lejos ha llegado un poema en relación con sus antecedentes y en correspondencia con los aciertos o los defectos.
Un ejemplo de este hecho es el análisis del poema de González Martínez. En el tercer capítulo, De Aguinaga nos hace ver cómo el poeta simbolista de El hombre del búho y de La apacible locura utiliza la idea “del sujeto representado como viajero en el transcurso de la vida”. La idea de homo viator nos permite comprender la pertenencia de “El retorno imposible” a una tradición universal y, al mismo tiempo, equiparar la coincidencia con la añoranza candorosa de “La elegía del retorno” de Luis G. Urbina, lejos de la sensibilidad actual, y la acción dramática del “retorno maléfico” de López Velarde, también distante de la poesía fácil y retórica de hoy.
En el juego de espejos de las analogías, De la intimidad afirma —sin proponérselo— que confrontar produce una visión más rica de momentos claves de la singular poesía mexicana y que la comparación, en estética, no es insidiosa y es la verdad de la emoción privada sobre la “democrática” cháchara pública.