No se encuentra actualmente de moda en México… nunca lo estuvo en realidad; los millennials la desconocen y los hipsters no la consideran en sus listas de reproducción ni siquiera como ícono vintage. Aun así es un ícono dentro de su propio imaginario fantástico. Cerca de cumplir 40 años de su debut musical, Kate Bush presenta una triada de discos llamada Before the dawn, lanzado en diciembre pasado, donde recoge su última actuación en directo en el Teatro Hammersmith Apollo de Londres en 2014.
Mito, mujer etérea y cantante pop. En 1978 irrumpió la imagen de una chica de 19 años que se proclamaba como la nueva estrella joven, pero nunca juvenil. En una época que oscilaba entre el punk, el rock progresivo y el disco (en ninguno de ellos encajaba), ella optó por rendirle tributo a la novela de Emily Bronte, Cumbres borrascosas, mediante su primer sencillo “Wuthering heights”, con una lánguida voz y una menuda figura de bailarina enfundada en un vestido rojo. Se trataba de la era previa a MTV, distante del criterio arbitrario de The X factor o The voice, en la que Kate no buscaba ser la sucesora de Debbie Harry, Chrissie Hynde o Siouxie Sioux, sino una imagen peculiar cimentada en sus raíces inglesas, referencias literarias y teatrales, y un pop algo más intelectual, abstracto y oscuro. Demasiado ligera para ser progresiva y demasiado sofisticada para ser new wave.
Dentro del periodismo roquero mexicano se han escrito páginas y páginas dedicadas a la testosterona inglesa con Los Beatles, Sex Pistols, Waters y Gilmour, Bowie, Peter Gabriel y otros, pero jamás un apunte sobre la señora Kate Bush y sus hechizos musicales. Aunque algunos de estos le han profesado admiración y respeto, como Gilmour, quien fungió como uno de sus padrinos, y su buena relación con McCartney, John Lydon o Gabriel, ex cantante de Genesis con quien realizó el memorable dueto en la canción “Don’t give up”, que sobresale en su trayectoria.
Pueden definírsele muchas particularidades, como su misteriosa vida privada, el bullying que sufrió durante la pubertad, el pánico escénico que padece, así como su distanciamiento musical entre 1993 y 2005, cuando publicó sus últimos álbumes de estudio: The red shoes y Aerial, respectivamente, este último con una exigua promoción. Aunque en su acervo también brotaron dos piezas independientes “Director’s cut” y “50 words for snow”, en 2011. Con el tiempo se convirtió en una especie de leyenda urbana británica —transformada en ser férreo— por su ausencia en los escenarios desde que el Hammersmith Apollo la alojó por última vez en 1979.
A manera de reivindicación, durante el otoño de 2014 emprendió la osadía de realizar 22 conciertos consecutivos en este mismo recinto (de los que surgió Before the dawn) con lo más sobresaliente y selecto de su producción desde los discos The kick inside y Lionheart (1978) hasta Aerial y el célebre Ninth wave, cara B de su obra maestra: Hounds of love (1985.) Este periplo cierra con el mítico tema “Cloudbsuting”, otro homenaje literario —en este caso a Peter Reich, hijo del psicoanalista Wilhelm Reich, y su libro de culto A book of dreams.
Aunque en Before the dawn es evidente por momentos que su voz ha perdido algo de su fuerza, la aventura de experimentar el canto de esta hada lejana es una oportunidad irrepetible para los súbditos que aguardaron su retorno durante tres décadas, además de que la prensa local continúa venerándola con devoción surreal. Revistas como Uncut, Mojo y New Musical Express celebraron el acontecimiento rindiéndole pleitesía en sus páginas.
“Si no me equivoco, mi primer encuentro con ella fue cuando tomé un breve curso de dibujo con José Fors en los ochenta y me mostró el disco The Dreaming (1982) que sigue siendo de mis favoritos”. Rememora el dibujante José Ignacio Solórzano Jis sobre esta revelación personal durante su juventud. “Poco a poco me fui entrando en su sonido y su rollo. Primero fue adaptarme a la voz, que me sonaba excesivamente melosa, y luego al estilo raro, entre dulce y de horror —sobre todo en ese disco— pero una vez penetrada la coraza me hice adicto”, dice de esta experiencia que ha perdurado hasta el presente. “Para revalorar su música solo es necesario escucharla con atención, la verdad. Es una artista mayor del pop o rock o sabrá-dios-qué-será ese estilo hermosísimo y sofisticado. A cada rato escucho artistas femeninas que siento traen su influencia; de las que me ha atraído es justamente Tori Amos y más recientemente Bat For Lashes”. Constantemente se ha hablado de una heredera suya, algunas compatriotas que podrían cargar la estafeta son Florence Welch, Dido o Alison Goldfrapp, según la crítica especializada. Dada sus constantes desapariciones, Inglaterra se ha empecinado en encontrarla en otras intérpretes más jóvenes.
Otro de sus seguidores mexicanos, Oscar Aparicio, también testifica su fanatismo, comenzó escuchándola desde sus días de secundaria, cuando lo embelesó: “Siempre me intrigó la majestuosidad de su voz y, cómo no, el innegable atractivo sexual. Mirar sus videos en leotardo mientras se contorsionaba al ritmo de la canción “Babooshka” fue parte de mis ritos de iniciación ochenteros”. Ella nunca estuvo a favor de ser sexualizada, lo cual podría definirse como un punto en su contra en esta industria musical ávida de carne femenina. Pero Oscar no comprende por qué su brillo nunca tocó las fibras de la Unión Americana, por ejemplo, a diferencia de una Madonna pop, nacida y popularizada dentro de su misma generación.
“¿Por qué motivo nunca fue tan conocida en Estados Unidos? Supongo que careció de hits radiales y su música no se adaptaba al formato tradicional. O quizás sea lo inverso. A mi juicio es el aspecto teatral de sus presentaciones lo que le impidió en cierta manera ser una luminaria, pese a que alguna canción suya desbancó a Madonna del top 10. Allá y en el mundo civilizado, Kate es conocida en su justa medida como lo que es, una de las cantautoras más emblemáticas y distintivas de la postguerra. Lo que pasa es que en Gran Bretaña la reverencian de tal manera que el trato que se le da es equiparable a la realeza angélica. Quizás sea una deliciosa caja de música con una pequeña bailarina que canta sobre elfos, Monty Python y romances etéreos”.
Before the dawn es una experiencia esperada, a escucharse con oídos más frescos. Bush merece una nueva oportunidad para ser revalorada en una era de playlists efímeros, influencers y artistas improvisados surgidos de redes sociales y programas de concursos. Como puntualiza Oscar Aparicio, su aura de misticismo prevalecerá: “En la sangre británica siempre hay algo de la reina Boadicea en las mujeres como ella, siendo la isla misma de Albión algo entrañable y eminentemente femenino. Quizás el historiador Peter Ackroyd pudiera iluminarnos al respecto”. Hay que aguardar “antes del amanecer”, y no treinta años, por escuchar su nueva faceta.