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Ignacio Solares y la exactitud del sueño

En 'Prolongación de la noche' los fantasmas entran y salen del escenario con naturalidad, con la precisión realista que solo un narrador dotado de un sexto sentido puede lograr


Una querida amiga que tiene 70 años me contó una historia misteriosa y fascinante. Estaba leyendo una novela. De pronto la venció el sueño. Me dijo asombrada que en el sueño ella seguía leyendo el mismo libro. Las líneas que recorría con su mirada eran la prolongación del sueño de un autor que le revelaba nuevos mundos. Le pregunté si lo que había leído en el sueño coincidía con lo que luego leyó con los ojos abiertos. Sonrió dulcemente. No, pero se había internado en una suerte de dimensión paralela del libro.

Ese mismo sabor es el que me deja la lectura de Prolongación de la noche (Alfaguara, México, 2018) de Ignacio Solares, de los 47 textos que forman parte de su más reciente libro, en donde el detonador es la noche, el espacio en el que se borran los contornos y todo se vuelve posible. En medio del insomnio aparecen fantasmas, versiones alternas de la historia, la capacidad de entrar en los pensamientos de otras personas, de leer a fondo los miedos, pesadillas, voces, angustias y deseos que se mueven libremente en una oscuridad sin límites.

La estrategia narrativa de Solares es similar a la de Bashevis Singer. Nos hace sentir que los relatos fantásticos y las apariciones son en realidad fruto del alcoholismo, de la paranoia galopante, del enrarecimiento de la percepción de ojos cansados de vivir. Los fantasmas no pueden existir. La razón descansa. Todo tiene una explicación lógica. Podemos estar tranquilos. Sin embargo, una duda del tamaño de una arenilla empieza a filtrarse en nuestro interior. El mundo de fantasmas está narrado con tal destreza literaria que parece estar descrito con la misma precisión realista con la que se detallan los problemas mecánicos de un auto mientras se espera a un Ángel Verde.

Esa es una de las pruebas que Solares propone para saber si estamos ante un buen escritor. ¿Podemos escuchar en unas páginas el tintineo de una moneda que rueda por el suelo? ¿Podemos sentir cómo se hunde ligeramente un sillón de pana verde con el peso del cuerpo? Nacho se adentra en este reto y va más lejos: ¿se puede describir incluso a un muerto que regresa a visitarnos? En uno de los primeros relatos titulado “Ayúdame”, describe a un muchacho que a las dos de la mañana trata de comunicarse con su padre ya fallecido. Lo empieza a llamar mentalmente: “Papá, papá, quiero hablar contigo. Sé que siempre estás junto a mí, pero ahora quiero oír tu voz. Que me respondas. Te necesito, papá. Hay tantas cosas que no entiendo y solo tú puedes aclarármelas. Siento que en esta confusión es muy difícil ayudarte. Las veces que te he visto me has pedido que te ayude, pero cómo. Quizá no he sabido hacerlo, no conozco el camino, no entiendo nada de nada. Por eso, ahora te pido que tú me ayudes a mí, papá. Si de veras estás junto a mí y me escuchas, respóndeme”.

En la noche oscura, el niño ve cómo en la ventana se dibuja borrosamente un rostro. Luego viene la desilusión: era él mismo, reflejado en el vidrio. Con una narrativa puntual, en medio de luces amarillentas, Solares describe el deseo y la nostalgia (que es también un deseo y nostalgia de Dios, de saber que no estamos abandonados) en tránsito a la alegría de que estamos ante una revelación, para luego retornar a la duda. Sin embargo, el vaivén nos lleva de nuevo al asombro. Escribe Solares: “Pero no bastó que cerrara los ojos de nuevo y los volviera a abrir para que ahora sí reconociera con claridad los rasgos de papá. Tenía la misma expresión de siempre, mezcla de tristeza y dulzura, y sus labios permanecían apretados”.

Vuelve a gotear en nuestro interior la inquietud. ¿Cómo es que se puede describir con tanta precisión un mundo evanescente e inasible? ¿Será tal vez porque el autor conoce en verdad lo que son los fantasmas? Solares es consciente del terreno minado en el que se encuentra. Ha señalado que el problema de todo lo esotérico es que no hay manera de comprobarlo, de medirlo científicamente. Este tipo de experiencias son caprichosas. Aparecen de manera incontrolable. Lo cierto es que no es el único que ha dado testimonio de este tipo de percepción. La gran pintora Leonora Carrington señalaba lo siguiente: “Desde pequeña, y esto creo que le ocurre a muchísimas más personas de las que se cree, tuve muchas experiencias extrañas con todo tipo de fantasmas, visiones y otras cosas generalmente condenadas por la ortodoxia cristiana”.

El reto es cómo hablar de esa realidad resbaladiza, cómo adentrarnos en la casa de lo oculto y del misterio. En este marco, aparece la estrategia para hablar de ello que utiliza Mircea Eliade: plantea que en nuestras propias vidas, en las expresiones cotidianas —en la realidad gris e intrascendente—, se oculta otra cosa. Este orden no pertenece nada más al relato llamado fantástico sino a la “novela–novela”, aquella que se mete en los intersticios de la existencia. En su autobiografía, escrita en la última etapa de sus días, Eliade dice que para alcanzar este registro se requiere algo más que una descripción científica exacta como la que exploraba en sus estudios académicos. Se necesita la precisión que da la libertad artística. Apunta el nombre de una novela que escribió en 1939, El secreto del doctor Honigberger, donde pueden encontrarse percepciones que no se atrevió a decir de otra forma. En la literatura se da el camuflaje de experiencias que de otra manera son difíciles de compartir. Creo que aquí está una clave para adentrarnos en el mundo de Solares. Nos vamos tranquilos porque solo se trata de cuentos. ¿Nos vamos tranquilos?

Lo que siempre me ha fascinado de la obra de Nacho es que es un escritor que, con todo y el permiso que le da la literatura, arriesga su forma de ver las cosas, apuesta por los temas que le obsesionan sin importar el qué dirán. Solares ha decidido poner a prueba los límites de la empatía, de las neuronas espejo, que permiten ponernos en la piel del otro. Esta es una constante en su obra que se aprecia desde la radicalidad de una de sus primeras novelas, Anónimo, en donde el personaje central de pronto despierta en otro cuerpo al lado de otra mujer. Una versión de esta obra, condensada hasta el aforismo, aparece en el texto titulado “Otro rostro”, que simplemente dice: “Si un hombre se despertara por la mañana y al verse al espejo comprobara que tiene un rostro que no es el suyo, ¿cuál sería su primera reacción?”

En la mirada de Nacho siempre aprecio a un fino observador que quiere ver hasta dónde puede percibir lo que percibe el otro, sus deseos más ocultos, que supuestamente no se pueden apreciar. El gran novelista Bashevis Singer —un escritor que ambos admiramos—decía en su autobiografía que la primera mujer que amó en su vida tenía un extraño don: “Me basta con mirar a una persona para saber todos sus secretos. Créeme que no estoy presumiendo; de hecho, se trata de una tragedia. Por eso Dios nos cubrió el cerebro con un cráneo para que nadie mire en su interior. ¿Cómo se puede vivir sabiendo lo que el otro piensa?”

Y sin embargo, eso es lo que Nacho siempre está buscando con el rabillo del ojo, al filo de la percepción. Así, nos dice que sabemos más de lo que creemos saber. En el cuento “¿Quién elige sus sueños?”, un hombre le dice a su amigo sin que jamás hayan hablado de ello: “Por favor, deja de soñar con mi mujer. No haces más que inquietarla”.

Este ejercicio de empatía extrema llega al grado de tratar de entrar en la fatiga existencial de personajes históricos como Álvaro Obregón, llega al grado de imaginar los universos alternos en donde se movía no tan solo su vida posible sino su deseada muerte posible.

En esta indagación hay otro vaivén. Así como Solares le da corporeidad al mundo espiritista, nos hace ver que el mundo que consideramos como real, aunque parece tan sólido, se desvanece como humo, tiene un dejo de extrañeza, de representación teatral. Es también fantasmal. De ahí la prolongación de la noche: el sueño se mantiene con los ojos abiertos (el gran tema de Calderón de la Barca).

Esto no quiere decir, sin embargo, que Solares no sepa en dónde está situado y sitiado. Frente al dolor de las pesadillas cotidianas, frente al absurdo, la intolerancia y el fanatismo, señala que la única vacuna es la imaginación, la ironía, la sonrisa de la inteligencia, el deseo profundo de comunión. Lo expresa en uno de los textos de este libro, que nos habla del deseo de salir de nuestros límites y muros. Se trata de un ejercicio en donde intenta ver simultáneamente todo lo que ven o pueden ver los ojos de la raza humana; lo que ven sus miles de millones de ojos. Escribe Solares: “Yo lo intenté y solo conseguí marearme, pero ¿alcanzas a suponer lo que implicaría ese simple vistazo panorámico al mundo?”

En este contexto, les propongo otro ejercicio. Hay que llevarnos el libro de Ignacio Solares, leerlo en la prolongación de esta noche hasta quedarnos dormidos. Entonces tenemos que soñar con lo que sigue en las páginas de este volumen. Al despertar, corroboraremos si efectivamente las leímos también en el sueño. Deben coincidir con las del libro real. No hay remedio. Hay que ayudar al sueño.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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