El 9 de noviembre de 2016 dediqué veinte minutos a que mis estudiantes de literatura se expresaran de la manera que quisieran o necesitaran sobre política. No iba a intervenir a menos que me lo pidieran. Algunos lloraban, a otros se les notaba la rabia en la voz, muchos estaban muy preocupados. Alguien declaró haber votado a Trump porque no toleraba “la corrupción de Hillary”. Todos agradecieron la oportunidad de expresarse. Hasta que una estudiante de Filosofía me preguntó: “¿cómo le encontramos un sentido a esto, cómo lo ve usted?” Rechacé mentalmente el prejuicio de que por el hecho de ser su profesor podía explicar o incluso entender lo que había pasado. Pensé, sin embargo, que la literatura justamente, aunque tal vez no precisamente, ayuda a producir sentidos. Estábamos en una clase sobre literatura fantástica y de ciencia ficción latinoamericana y se me vinieron a la cabeza las ficciones distópicas que ahora se venden como pan caliente (1984, de George Orwell, y The Handmaid’s Tale, de Margaret Atwood, por ejemplo). Y también se me vinieron a la cabeza las teorías de Borges y Cortázar sobre la doble historia en el cuento que retomara el recientemente fallecido Ricardo Piglia.
Según ellos, todo cuento memorable cuenta dos historias: hay una visible, superficial, y otra secreta, oculta, que emerge en algún momento y se cruza con la primera. Y les comenté a mis estudiantes que me parecía que la historia visible de las elecciones es la que se contaban a sí mismos los votantes a favor de Trump: votaron por el cambio y por el anti sistema. Esto es, en términos literarios, la tradición de la ruptura de la que hablaba Octavio Paz. En términos políticos, ocho años parecen ser el límite de cualquier partido o tendencia. A esto se agrega unos de los pilares ideológicos de la sociedad estadunidense que, simultáneamente, respeta a las instituciones y desconfía del gobierno. Lo saliente en esta historia visible es que ahora Trump, que hizo campaña con amenazas de encarcelar a su oponente y "drenar el pantano" (Washington), se ha convertido en el sistema; es el presidente y está por verse si logra resolver esa contradicción. La historia secreta, la que no se ve pero que surge como el monstruo del Lago Ness, es la del Estados Unidos que también es real: fue un voto de castigo y una represalia hacia un presidente que fue lo mejor que le pasó a Estados Unidos en mucho tiempo. Barack Obama no fue el símbolo del progreso natural de la especie estadunidense, algo que él mismo promulgaba; fue una especie de aberración. Se votó, así, en contra de un hombre negro y en contra de una mujer, descubriendo otro pilar ideológico de este país: el racismo, el sexismo, la intolerancia y el individualismo mal entendido que también lo hacen ser lo que es. Se votó desde la ignorancia y desde el bolsillo, malos consejeros los dos. Se votó por la Great America hecha sobre las espaldas de otros y por un futuro que creíamos pasado.
Pero, sobre todo, se votó a un vendedor, a un embustero. En Argentina dirían: “les vendieron un buzón”, frase que refiere a un viejo chiste que engaña a los crédulos. Esta película, de cuatro meses, o cuatro u ocho años, se llama “La coronación del vendedor de buzones”. Y no termina bien. Ingresamos en la etapa más oscura, política y socialmente, desde que llegué a Estados Unidos en 1986. Tengo muchos amigos inmigrantes. Veo la preocupación y el miedo en sus caras. Pero el ahora presidente de Estados Unidos ha sido consistente en su total deshonestidad. Es alguien que cree en sus propias mentiras, como si viviera en una realidad alternativa, un universo paralelo. Nuestra generación no pudo o no supo reaccionar ante este estado de las cosas, ocupados en nuestras ocupadas vidas, mientras la televisión, Internet, Facebook o Instagram nos distraen de constituirnos en sujetos políticos y cívicos. El semestre pasado también enseñé una clase sobre utopías y distopías que denominé “Bienvenidos al Futuro”. Eso.
Crítico y escritor. Profesor de literatura en la Universidad del Sur de la Florida