Sebastian es su nombre y Escultor su apellido. Así decidió llamarse Enrique Carbajal hace ya más de cinco décadas. Nació en Camargo, Chihuahua, en 1947, y el 16 de noviembre cumplió 70 años.
Llegó a Ciudad de México con apenas 16 años porque desde niño tenía la aspiración de triunfar como escultor y conquistar el mundo. Venía de una familia muy pobre. Su madre, Soledad Carbajal González, fue una costurera que le enseñó el ímpetu por trabajo: “Era una mujer muy sensible, y con una intuición asombrosa para el arte, por las cosas creativas; no tenía una gran cultura pero sí mucha percepción. Me hizo amar lo plástico, me enseñó a pintar flores en vidrio al óleo, a preparar lienzos para pintar, el gusto por la acuarela y el óleo. Ella me habló por primera vez de la Venus de Milo, a su corta manera me contó de los griegos y me hizo una introducción maravillosa de Leonardo da Vinci, Alberto Durero, Miguel Ángel y Donatello, que eran claves del Renacimiento italiano. ¿Dónde las aprendió? No lo sé, pero me decía cuentos maravillosos, y me hizo amar la arquitectura, la pintura y la escultura. Me ponía a dibujar y presumía mis dibujos. Me acuerdo que me decía Enriqueiros porque Siqueiros era de Camargo, y ella soñaba con que yo fuera también un gran artista de nuestra ciudad”.
Sebastian es inventor de un lenguaje propio inspirado en la geometría, la matemática y la física cuántica; fusión entre ciencia, tecnología y arte. Artista especializado en escultura monumental, se distingue por la forma geométrica que le imprime a sus obras. Es, sin duda, el escultor mexicano más conocido y célebre en el mundo, reconocido por sus enormes piezas construidas en acero o concreto, las cuales son parte del paisaje urbano en más de una veintena de ciudades en México y el mundo, como la ya célebre Cabeza de caballo, localizada en el corazón de CdMx.
Desde hace unos meses aborda otro reto: la elaboración de estructuras escultóricas en escalas micro y nanométricas, una obra inédita, única en su género, resultado de su trabajo con investigadores del Instituto Politécnico Nacional.
Ha sido reconocido con numerosas distinciones como La Medaille de la Ville de París y el Premio Jerusalem. Es miembro del World Arts Forum Council, de Ginebra, y de la Academia de Artes de La Haya; investigador de tiempo completo de la UNAM, y miembro de número de la Academia Mexicana de las Artes. En 2015 obtuvo el Premio Nacional de Ciencias y Artes.
De la nada
El artista recuerda a su abuela, Ramona González: “Era una mujer con la esencia de una diosa griega y la fuerza de una tarahumara. Su marido fue asesinado en la Revolución mexicana, y ella fue una de sus veteranas. Fue mi ídolo porque era muy inteligente y desde mis primeros años comprendió lo que yo quería hacer y me alentó”.
Sebastian tuvo dos hermanos mayores, que le llevaban más de 10 años: Raymundo, un comerciante de abarrotes que le enseñó la vagancia y tirar con la resortera y la pistola, y Ramón, un maestro de primaria rural que hizo el papel de padre, quien le dio una formación de izquierda.
“La figura del padre no existió para los tres hermanos; todos éramos medios hermanos, de diferente padre. Pero siempre vi en mi madre una moral increíble. Tuvo tres hijos y nos sacó adelante. No tengo un mal recuerdo de ella, era una mujer de gran fortaleza y espíritu. No teníamos ni un centavo, éramos muy pobres, pero con una dignidad y con una educación sólida. Fue fundamental lo que me enseñó mi madre, si no hubiera sido así, al llegar a CdMx me habría vuelto un vago o un maleante porque traía mucha vitalidad de llegar, así que resistí moral, física y económicamente. Poco a poco fui armando todo para llegar a ser el escultor que soy. Y también me enseñó a saber esperar y tener voluntad.
“Llegué a dormir en las calles, en las bancas de la Alameda, pero la voluntad y el recuerdo de lo que mi mamá me puso en la mente y el corazón, me hizo salir adelante. Me dije: yo vengo a ser el gran artista, y si me muero en el camino valió la pena”.
Entró en la Academia de San Carlos, donde se dio cuenta de su interés por la escultura: “Fue mi casa gracias a la complicidad del conserje que me permitía quedarme a dormir pues no tenía dinero para pagar un cuarto. Para costear mis estudios trabajé en lo que pude: lavando platos, tocando el güiro en los camiones de pasajeros o ayudando en sus estudios a mis compañeros.
“Empecé de la nada pero lo hice gracias a una vocación muy fuerte de un niño, casi un adolescente. Ahora admiró mucho a ese adolescente que me trajo hasta aquí y que se convirtió en Sebastian; admiro su fortaleza, su vocación inquebrantable y su pensamiento, que estaba cierto de que solo la muerte lo podía detener.
“El nombre de Sebastian nació de varias coincidencias. En mis clases en San Carlos, un día me quedé dormido mientras el profesor Alberto de la Vega daba su lección; no me iba bien en ese tiempo, no tenía para comer y dormía poco y a veces al aire libre. Estaba muy demacrado, y entonces dijo que yo era como el Sebastian, de Boticcelli, y pidió a los alumnos que me dibujaran. Como un año después Carlos Pellicer me dijo: ‘Usted se escapó del cuadro de San Sebastian de Boticcelli’. Tiempo después una crítica escribió un texto sobre mí relacionándome con el San Sebastian de Andrea Mantegna. Pensé: si el santo me persigue, vamos a ver por qué. Lo analicé y me di cuenta de que esa imagen es un gran ícono por la cantidad de carga que tiene; luego desde el punto de vista de mercadotecnia el nombre era absolutamente funcional porque es un tipográficamente muy balanceado, perfecto en su proporción, suena bien, se pronuncia casi igual en diferentes idiomas y todo el mundo lo recuerda. Además pensé que también podía funcionar comercialmente. Así que en las últimas décadas le añadí el Escultor como apellido”.
Estratega
En 1970 Sebastian publicó su Escultura más grande del mundo, un manifiesto conceptual donde pretendía la creación de una escultura tan grande que difícilmente alcanzaba a ser contenida por el globo terráqueo. Desde 1968 ha realizado más de 130 exposiciones en al menos 22 países.
“Hace años, cuando acababa de conocerse la teoría de nudos y la topología combinatoria, de una manera meramente intuitiva y elemental por emoción, empecé a hacer nudos escultóricos que mostré en la exposición La música de las esferas y estaba inspirada en los renacentistas y su relación con la música, que concluye en la idea de Kepler y su propuesta del mysterium comographicum. Entonces la crítica habló de la ciencia y el arte en mi obra. No soy matemático ni geómetra ni científico, pero entro en comunicación y en comprensión con estos hombres de ciencia que son los que descubren los púlsares, los hoyos negros en el universo; es maravilloso hablar con gente de ese pensamiento. En los últimos años he estado en contacto con científicos de la NASA, de quienes he aprendido mucho, y ellos dicen lo mismo de mí. Mi intención es seguir transformando mi visión espacial escultórica. Así toda mi vida ha estado marcada e influida por los medios científicos para llegar a mi fin plástico”.
Reconoce: “Se me critica porque hago una estrategia con mi obra y vendo, y lo he sabido hacer. No a todos los artistas les interesa o lo saben desarrollar. Es cuestión de intuición y de relaciones humanas sacar adelante la obra. En la vida ante todo hay que saber esperar, comprender, tolerar y pensar que siempre habrá uno superior a ti en talento y capacidades.
“La vida se va muy rápido, pero no he dejado que me gane pues he respondido a la misma velocidad con mi obra y una gran producción. El creador es un testigo del tiempo y también necesita testigos de su paso sobre la Tierra. Ahora festejo los logros, y lo que llaman fracaso lo miro como experiencias, no como pérdidas, que marcan, forman y hacen que vayas más adelante. A mis 70 años trabajo casi como aquel adolescente en lo más importante: concluir una obra que logre un efecto poético en quienes la miren”.
*Estas conversaciones con Sebastian forman parte de una biografía que la autora trabaja con el escultor.