Los alemanes han hecho de sus prostitutas un espectáculo vistoso que en ciudades como Berlín rivaliza desde la calle con los maniquíes de los aparadores de las tiendas más lujosas y céntricas. En Hamburgo tienen su propio barrio, St Pauli, y ahí se exhiben en aparadores o acuden a los callejones de contacto, donde socializan largamente con colegas y clientes. En Ámsterdam, las vitrinas las muestran casi al modo de un atractivo show para los turistas. En Barcelona, la prostitución es también un animado espectáculo, a menudo sórdido y peligroso.
Durante años los franceses presumieron las bondades de Pigalle, su zona roja parisina. Sus cabarets más pretenciosos bullen en sus inmediaciones y los turistas se disputan el acceso repartiendo propinas a diestra y siniestra. Las prostitutas feas y viejas fueron a dar con los transexuales a los gélidos Bois de Boulogne, lejos de las miradas curiosas.
Hace 10 años, mientras era ministro del Interior, Nicolás Sarkozy echó a andar una ley que lleva su nombre, que penalizaba las prácticas sexuales remuneradas. Para entonces, la clausura de los burdeles en 1946 había puesto a trabajar en las calles a 80 por ciento de las profesionales del sexo, de manera que la Ley Sarkozy las mandó a las afueras de la ciudad o a la provincia. Las más aventuradas recurrieron a la tecnología mientras desafiaban los duros castigos con prisión y multas. Se valen de teléfonos móviles y de la internet para concertar sus citas.
Se calcula que más de 80 por ciento de las prostitutas que laboran en Francia son extranjeras y que 60 por ciento tiene su origen en los países de Europa del Este y de África. Su condición de trabajadoras clandestinas las orilló a una vida miserable y llena de sobresaltos, acosadas por la corrupción administrativa, en particular la policiaca. Aun así se han mantenido en lo suyo.
Cuando fueron cerrados los burdeles y al entrar en vigor la Ley Sarkozy muchos levantaron la voz para protestar en defensa de las prostitutas. Lo mismo sucede ahora, cuando los legisladores franceses se han empeñado en criminalizar a su clientela y castigarla con multas que van de los mil 500 a los tres mil euros. En medio de la polémica legislativa, un grupo de intelectuales, periodistas, escritores y artistas han puesto a circular el Manifiesto de los 343 cabrones con el texto "No toques a mi puta", en el que exigen que la prostitución sea contemplada desde un punto de vista práctico, con sus implicaciones sociales y económicas, y no desde una óptica puritana. Entre sus 60 firmantes figuran personalidades como el ex ministro de Cultura Jack Lang, la actriz Catherine Deneuve y el cineasta Claude Lanzmann, que animan a los franceses a participar en una polémica sin duda muy candente.