(Fragmento)
A la mañana siguiente Cristino y los Zárate vieron a la fauna que vivía en casa de Frank Orbison en todo su esplendor. Coincidieron apretujados codo contra codo en la mesa que había en la cocina, donde la noche anterior el enano Tom Thumb fumaba y libaba copiosamente. Contemplaban todos en un silencio artificioso, obviamente impuesto por el desconcierto que provocaba la irrupción de los forasteros, a una mujer alta, elegante e hirsuta que preparaba las tandas de pancakes que iban a desayunar. Estaban Frank Orbison y Cristino Lobatón con Lucía y sus padres, más los dos enanos, Tom Thumb y Champolión, la enana Lavinia Warren y unos hermanos siameses que habían llegado de Italia y no hablaban más que el dialecto de su pueblo.
Todos, excepto Frank y Lobatón, que ya habían pasado por el baño, estaban recién levantados de sus camas, con sus ropas de dormir, las cabelleras revueltas, manchas de saliva seca en los alrededores de la boca y un hambre que se transparentaba en la mirada. Los olores del tumulto que esperaba en la mesa producían una atmósfera poco menos que asfixiante, olía a noche fermentada, a sabanuco, a babas y al vaho alcohólico y a las fétidas tinieblas de los puros que fumaba Tom Thumb sin tregua mientras esperaba sus pancakes en la misma silla y con la misma ropa interior que le habían visto en la noche, antes de irse a dormir. En cambio y como contraste, Cristino se había dado ya un gratificante baño, se había cambiado la camisa y vestido con el mismo atuendo que le había conseguido Ly-Yu en Veracruz. Después del desayuno asistiría a su primera cita con P.T. Barnum y lamentaba hacerlo con esa triste indumentaria.
De acuerdo con lo que le había dicho Frank, el amo del freak show deseaba conocer a Lucía Zárate, ansiaba comenzar a trabajar con la mujer más pequeña del mundo. Orbison comparecía elegantemente vestido en medio de aquella pestilencia, con el pelo húmedo y acomodado hacia atrás, y el bigote encerado y perfectamente puntiagudo.
Poco a poco el silencio en la mesa se fue resquebrajando, el General Thumb Tom dijo una patochada que hizo reír a los siameses italianos, que por cierto no entendían ni una palabra de inglés, y a la mujer hirsuta lanzar una virulenta reprimenda que le salió en un impecable español del Caribe: lo mejor es que se calle usted el pico, enanito mierderón, le dijo, e inmediatamente después sirvió una torre de pancakes en el centro de la mesa que fue atacada de manera vandálica por los enanos, que cogían las piezas a mano limpia, y por los siameses, que tiraban picotazos, cada uno con su propio tenedor, con la mano que le tocaba a cada uno gobernar. Lobatón hacía lo que veía a Frank hacer, o sea nada, ignorar el caos que bullía a su alrededor, esperar aquello que al final fue un plato individualizado que les puso enfrente la mujer hirsuta antes de sentarse, ella misma con su plato bien servido, en el único hueco libre que había en la mesa.
Al verla de frente Cristino se quedó petrificado, nunca había visto una mujer con tanto pelo, y de esa mesa en donde abundaba la anormalidad, ella fue la que más lo impresionó. La glucosa de la miel que llevaban los pancakes pronto desató un vocerío a tres bandas, que en realidad serían cuatro, entre los enanos y los siameses italianos, contrapunteada por las reprimendas de la mujer hirsuta, que era, desde entonces le quedó muy claro, la autoridad visible en esa casa. Lucía desde luego no participaba, estaba abstraída en sus pensamientos mientras su padre y su madre trataban, con un impráctico desgano, de pescar en la rebatinga algún pancake.
Para Lobatón era interesante ver por primera vez a Lucía sentada a una mesa con sus pares, con gente de su tamaño y condición, y así se lo hizo saber a Orbison, su par en esa mesa, elevando un poco la voz para que se le oyera por encima de la escandalera. Orbison asintió sin ponerle mucha atención y después le dijo que en media hora tenían que salir rumbo al teatro de P.T. Barnum. The theater? preguntó Cristino acentuando el artículo, porque ya a esas alturas le interesaba mucho e incluso le hacía ilusión conocer el templo del freak show, sumergirse de lleno en the whole thing, le dijo a Orbison, y este volvió a asentir con una parquedad que no cuadraba con el hombre, muy interesado en negociar con él, que había ido a verlo a Filadelfia.
Lobatón dijo que Lucía y él estarían listos en media hora y añadió, porque pensó que eso era lo más conveniente, que Tomasa y Fermín no iban a acompañarlos, que sería mejor para todos si se quedaban retozando el día entero en su habitáculo detrás de la cocina. La mujer hirsuta desayunaba frente a él, llevaba un batín blanco con flores lilas sumamente femenino, que contrastaba con los pelos que le crecían en los dedos de las manos, y con el mechón negro que le salía por encima del último botón.
Mientras batallaba contra el poderoso magnetismo que la hirsuta ejercía sobre él, Lobatón iba desayunando acompasadamente, imitando con disimulo los movimientos de Frank Orbison, que se llevaba a la boca elegantes pedacitos de pancake, inmune al escándalo, como si estuviera solo en un espacioso comedor, y mientras trataba de imitarlo pensó que, aun cuando no poseía ni su porte ni su altura, iba a copiarle su vestuario, su peinado hacia atrás y además iba a dejarse crecer nuevamente el bigote para ponerle cera en las puntas.
Según Lobatón, fue esa mañana, en esa mesa de artistas maleducados y estrambóticos, en medio de ese alboroto en el que abundaban los gritos, los tenedorazos y los malos modos, cuando se desenganchó de su carrera política y le dio la bienvenida a su siguiente metamorfosi