Cartagena cubierta de música antigua. El Caribe colombiano invadido por orquestas renacentistas. Y un laudista está muy preocupado:
—Este húmedo calor infernal ya le reventó una cuerda a mi instrumento; ahora me pregunto si no corren riesgo también el arco, la madera, ¡mi laúd es de 1589!, o mis propios dedos.
Su compañera toca un instrumento aún más delicado —el cornetto— pero ella, de naturaleza etérea, enfoca el problema de manera poética:
—Nunca he tocado tan cerca del mar; me pregunto a qué sonaré tan cerca del agua tropical.
Una idea rara: si el personaje de Cortázar (en su cuento “Manuscrito hallado junto a una mano”) puede arruinar la interpretación de los mejores violinistas del mundo cuando piensa en su tía mientras los observa, ¿qué pasará en el concierto de esta noche si yo pienso en agua tropical cuando salga Jordi Savall? ¿Se romperá la batuta, un siamés saldrá de su viola da gamba, le dará un ataque de risa?
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Teatro Adolfo Mejía. Desde mi asiento, situado en palco lateral, una bocina me tapa al narrador, a la orquesta barroca (Hespérion XXI) y al conjunto vocal (La Capella Reial de Catalunya). También a Jordi Savall (director). Al no verlo, es inútil que piense en agua tropical. Por lo tanto, cierro los ojos (tal vez así sea mejor: sin la intervención visual, el oído recurre a la fantasía para llenar el vacío de imágenes) y me concentro en el espectáculo.
Cristóbal Colón es el protagonista. A través de fragmentos tanto literarios (crónicas de Andrés Bernáldez; lamentos sefardíes; diarios de almirantes; edictos reales; poemas de Juan del Enzina, Ibn Zamrak y de un artista náhualtl anónimo que escribió sobre la fugacidad universal) como musicales (villancicos, romances, canciones, himnos, danzas y oraciones de compositores barrocos) se narra su gloria y tragedia.
Contada con música, esta biografía se desprende de sucesos y descripciones; juicios y fechas. El significado abandona las palabras para existir en los sonidos. Y ahí, en un mundo musical expuesto en perfecto estilo barroco (Savall y su orquesta respetan instrumentos y formas), la historia cambia: Colón parece más un pirata que un navegante. Su Gloria no es el descubrimiento, sino el sueño (en su cuaderno de viaje, de manera premonitoria, copió el “Coro” de la Medea de Séneca en donde se anuncia la existencia de un mundo nuevo). El descubrimiento, en realidad, es su tragedia: ¿qué le queda a un hombre, sino morir, cuando su sueño se hace tangible y por lo tanto ya no le pertenece?
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Resulta imposible seguir pensando en el concierto. Un húmedo calor nocturno calcina las ideas e invita a otro tipo de música; una música donde lo cerebral sobre y se reciba con el instinto en estado puro.
De pronto, afuera del teatro, acontece un curioso suceso sonoro: (¡1!) entre nueve campanadas, (¡2!) un caballo que arrastra (¡3!) una carroza frena en la esquina (¡4!) formada por las calles (¡5!) Treinta y ocho y Cinco; una mujer (¡6!) de tacones rojos desciende (¡7!) y comienza a caminar (¡8!) con dirección al mar (¡9!).
Ahora ella es la protagonista de un mapa sonoro (Cartagena) abierto hacia la indeterminación y el azar. Música meramente rítmica, producida por tacones. Cuatro pasos cortos y rápidos/ salto peligroso para librar un charco/ inmovilidad y silencio ante luz roja del semáforo/ paso larguísimo que un agujero en la banqueta/ 24 pasos cortos y rápidos, con ligeras variaciones en la velocidad y la frecuencia.
Entonces surge una duda: ¿cuál es la intención de esta música?, ¿hacia dónde se dirige la mujer de tacones rojos?, ¿cuáles son sus emociones?, ¿tiene sueño y quiere dormir?, ¿desea olvidar su semana laboral entregándose a frenética rumba?, ¿la sed la lleva al bar?, ¿necesita ternura y va hacia su amante?
La música no tiene por qué significar algo concreto. Los pasos de la mujer se pierden al final de una calle y yo absorbo el sentido del mapa: en silencio lo llevo hasta el mar y ahí lo dejo, apoyado en la muralla de Cartagena, atento al sonido de los pocos barcos nocturnos que en el Caribe navegan y naufragan.