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65 años de La Capilla /I

El 22 de enero de 1953, Novo regaló un teatro a esta ciudad tan ayuna de espacios culturales, con todo en contra.

Mis primeros pasos en el mundo de la cultura en México fueron de la mano de la inesperada beca Salvador Novo, que otorgaba el extinto Centro Mexicano de Escritores (CME). El estímulo era para imberbes emplumados que incursionábamos en la poesía, la narrativa, el ensayo y el teatro. Por dos años fui favorecido por ese legado del maestro y tuve como compañeros, entre otros, a Alejandro Estivill y Jorge Volpi.

Recuerdo que nos llevaban a comer, como festejo, al Refectorio (el restaurante) de Madrid 13 para degustar las deliciosas recetas que Novo había inventado en una más de sus facetas creativas. Nuestros asesores eran la historiadora Ivette Jiménez de Báez y el poeta Alí Chumacero, un lujo que, al menos a mí, me costaba dimensionar. Ser parte del CME, donde Carlos Fuentes escribió La región más transparente y Juan Rulfo, Pedro Páramo, era demasiado para el joven ego de cualquiera, y se debía a la generosidad de don Salvador. El crítico, compositor y director de escena José Antonio la Gorda Alcaraz un día me dijo que tuviera cuidado porque Novo se le aparecía a los becarios varones por las noches, no para jalarle las patas, sino para hacerle guagüis. La verdad es que nunca ocurrió.

Desde ese momento La Capilla ha estado en mis ires y venires como espectador, crítico y teatrero. El 22 de enero de 1953, Novo regaló un teatro a esta ciudad tan ayuna de espacios culturales, con todo en contra. “A prudente semejanza de las mujeres honradas, el modesto Teatro La Capilla casi no tiene historia”, escribió el dramaturgo-poeta-cronista en julio del 54. Poco antes, en el 52, le vendieron al visionario un terreno con una estructura eclesial: “Admito que haya sido por una deformación profesional, pero es el caso que le vi a esa capilla cara de teatro, y que fue su existencia […] lo que me decidiera a comprarlo…”.

Tumbos y sobresaltos vivió La Capilla hasta el día en que Boris Shoemann la tomó por casualidad, por puro jodido accidente, hace 17 años: “A Jesusa Rodríguez y a Liliana Felipe no las conocía personalmente, pero ya las había visto en sus espectáculos y me parecían dos mujeres fascinantes, ¡pero me daban miedo! Toqué temblando la puerta de El Hábito y me abrió Jesusa, me vio de pies a cabeza y me preguntó «¿Tú quién eres?». Jesusa nos rentó el teatro por tres meses que se convirtieron en seis y luego en nueve, ante el éxito de la obra. Cuando fui a agradecerle y devolverle las llaves, Jesusa me dijo: «Quédate con ellas, lo haces muy bien»”.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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