EL ÁNGEL EXTERMINADOR
Verónica Maza Bustamante
Martes 10 de enero de 2017
Querido no diario de Bauman:
Escribo en tus páginas no para recordar, sino para no olvidar, que es diferente. Disculpa que te haya tomado prestado después de la muerte de tu creador, Zygmunt Bauman, pero me has acompañado a manera de libreta fotografiada para la portada de su libro Esto no es un diario, y me gustaba verte por las noches encima de mi buró, abrazarte cuando salía corriendo rumbo al Metro, subrayarte con mi marcador amarillo y leerte con atención.
Decía el sociólogo en tus páginas: “El juego de las palabras es para mí el más celestial de los placeres. Es un juego del que disfruto con locura, y el goce alcanza la cima cuando, tras barajar y repartir de nuevo las cartas, me llega una mala mano y me veo obligado a devanarme los sesos y a esforzarme de verdad para llenar los vacíos y sortear las trampas. No importa el destino del viaje: lo que da sabor a la vida es estar en movimiento y saltar (o derribar) los obstáculos del camino”.
Eso, para mí, fue la sociología de la mano de tu autor: un destino al cual llegué cuando la sexología no alcanzaba a explicarme qué sucedía en las sociedades actuales para que el individuo (hablo de un conjunto, con afortunadas excepciones), instalado en una modernidad que Bauman llamaba “líquida”, viviera en una realidad cuyas estructuras sociales no perduran el tiempo necesario para solidificarse y, por ende, no alcanzan a servir como marcos de referencia para la acción humana.
Hace años descubrí que para entender de manera más completa (y compleja) mi materia de estudio podía recurrir a sus explicaciones. Se me abrió un nuevo panorama que me llevó al poder y la política, al debilitamiento de los sistemas de seguridad que deberían proteger a los seres humanos, de la renuncia al pensamiento y a la planificación a largo plazo.
Vivimos en un planeta en donde “el olvido se presenta como condición del éxito”, caracterizado por el desaliento que, sin embargo, sigue manteniendo la idea de una utopía venidera, de un universo paralelo, “diferente al que se conoce por experiencia directa o por haber oído hablar de él”, como decía tu autor en Tiempos líquidos. El sueño utópico antes de los tiempos modernos precisaba de una abrumadora sensación de que el mundo no estaba funcionando como debía y de la confianza en la energía humana para llevar a cabo la tarea de hacerle una revisión total, la cual se creía podían llevar a cabo las sociedades armadas con la razón. Se pensaba que, como si fuéramos guardabosques, se podía defender el territorio sin tocarlo, dejándolo “al natural”, amparados por una fuerza divina. Los años pasaron y aparecieron los jardineros, quienes comenzaron a imponer su idea de jardín, estableciendo su proyecto con plantas que ellos mismos habían sembrado y destruyendo las “malas hierbas” cuya presencia no deseaban.
Por último, explicaba, aparecieron los cazadores, a quienes les da igual “el equilibrio de las cosas”. Lo único que les interesa es “cobrarse” una nueva pieza que llene su morral. Si los bosques quedan vacíos debido a ello, no les importa: siempre habrá nuevos lugares sin explotar donde puedan cazar. “Hoy en día—señalaba el venerable anciano— todos somos cazadores, o se nos dice que lo somos, y se nos incita a que actuemos como cazadores, bajo amenaza de quedar excluidos de la cacería, si es que no (¡Dios nos libre!) de vernos relegados al rango de animal”.
La imagen del “progreso” se ha distanciado de la noción de mejoras compartidas para empezar a significar supervivencia individual. Si no pertenecemos a la raza de cazadores somos unos apestados. Si no nos ponemos por delante, seremos idiotas. Si pensamos en los demás, nos sentiremos incomprendidos. Mejor entonces dedicarnos al consumismo desmedido, a pasar por alto los fallos de los políticos-jefes de los cazadores, a no ir más allá de las ideas preconcebidas, a ver el amor como un producto que se desecha con facilidad y rapidez, a establecer vínculos frágiles, a consolar nuestra soledad frente a la pantalla de la computadora, a “vivir” a través de las redes sociales.
Admirador tardío de José Saramago, cómplice reflexivo de Houellebecq, lector de Aldous Huxley, Bauman amaba explicar y escribir. Leerlo es entrar a un mundo lleno de referencias, de menciones de novelas, de películas, de metáforas, de otros sociólogos, de datos sobre política y economía, Dios, la libertad, el amor y el deseo, las relaciones de pareja, el miedo, la tecnología. Bauman era un outsider en plenitud que se daba el lujo de hablar sobre estos temas lo mismo en festivales de reggae que en universidades de prestigio.
Ahora, Zygmunt ya no escribirá en tus páginas de no diario, querido, pero al menos nos dejó un extenso número de libros y artículos que bien valdría la pena leer, o releer, si queremos entender estas sociedades líquidas en las que vivimos.