Ciudad de México /
Hay una edad en la que no es posible desandar el camino, mucho menos iniciar nuevos proyectos. El futuro pinta escuálido, no sólo incierto (como todo porvenir), sino inercial, insípido pero cargado de acechanzas. Se niega a mimetizarse a esos viejos cuyo resorte mejor aceitado es el de la queja, pero el horizonte no le pinta nada bien, entre otras cosas porque él aparece como sospechoso de haber prendido fuego a su propia casa.