Por: David Herrera Santana
Ilustración: Víctor Solís, cortesía de Nexos
En el marco del Proyecto The Costs of War de la Universidad de Brown, Neta Crawford ha calculado que unos 3685 millones de toneladas métricas de CO2 equivalente (CO2-e) han sido lanzadas a la atmósfera en el periodo 1975-2018 como consecuencia directa de las operaciones militares. También indica que, tan sólo en 2017, el Pentágono se ubicó por encima de países industrializados tales como Portugal, Dinamarca o Suecia con respecto a sus emisiones de gases de efecto invernadero. De 2010 a 2018 las emisiones de CO2-e serían de la magnitud de las 593 millones de toneladas métricas. Las operaciones del Pentágono desde la invasión a Afganistán y hasta 2017, es decir, el periodo de la “guerra contra el terrorismo”, arrojaron un aproximado de 1200 millones de toneladas métricas de CO2-e, siendo 400 millones directamente relacionadas con consumo de combustible, lo que se equipara a las emisiones realizadas por 257 millones de automóviles durante un año. De esta manera, el Pentágono se ha convertido en uno de los principales emisores de gases de efecto invernadero y sus operaciones militares en una de las principales fuentes de contaminación atmosférica. Paradójicamente, ha sido el mismo gobierno estadunidense y sus agencias quienes han prendido las alarmas en torno al cambio climático como un “multiplicador de amenazas” debido a su capacidad de incidir de forma negativa en las operaciones de vigilancia, proyección de influencia y aseguramiento.