Como si fuese la última voluntad de un hombre a punto de perder la libertad, la Procuraduría de Michoacán le permitió a Hipólito Mora presenciar el último rezo para su hijo fallecido, Manolo Mora.
Ya huele a birria, la gente se comienza a arrejuntar y la rezandera toma su lugar, las ollas de aguas frescas repartidas en vasos circulan para mitigar el calor que pica. Ya son pocas armas, los ministeriales resguardan, los militares vigilan, la calle está copada, nadie entra o sale.
Ya todos de pie para comenzar el noveno y último rosario en memoria de Manolo Mora. Su padre está presente. Hipólito le pidió el favor al procurador Martín Godoy y éste aceptó.
Más gente llega al rosario, le dicen a Hipólito que no se entregue, que no los deje desprotegidos, él les contesta que el Ejército cuidará del pueblo hasta que él y su gente vuelvan. Están confiados, pues dicen, hicieron lo correcto.
Quienes no rezan, observan calladamente. Las mujeres de la casa entran y salen ultimando detalles, son 300 comensales.
Se respira dolor, resignación e incertidumbre de qué pasara con el pueblo cuando los 31 hombres que lo defienden con su vida se vayan a rendir cuentas ante un juez.