Acabo de leer un interesante libro con ese título que es la mejor propuesta de lo que las personas debemos hacer tras esta epidemia-depresión económica-.
Por supuesto que tenemos que denunciar la compra fraudulenta de equipo médico por parte del hijo de Bartlett, así como poner el dedo en la llaga en los garrafales errores de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en su obsesivo‘austericidio’ que ampliará nuestra crisis (que será de un ciclo de un año a otro de siete a diez años) a una depresión económica.
Hay que levantar el nombre a favor de los trabajadores que podrían ser mantenidos por sus grandes empresas y que ya han sido despedidos; poner en la mesa nuevos temas a discusión y llamar la atención sobre la terrible tragedia que se vislumbra ante la posible caída de 20 millones más en la depresión, de acuerdo a estudios de la Cepal y del Centro Espinosa Yglesias.
Un servidor ha intentado sin mucho éxito llamar la atención a los gobiernos estatales sobre el liderazgo que ellos deben asumir para adoptar las medidas de contención y activación de la economía a través de fuertes programas de inversión pública, respaldados por reformas fiscales futuras mediante la creación de un impuesto al patrimonio y un impuesto a las ventas de 2 a 5 puntos que entrarían en vigor una vez que el INEGI declarara que esos estados han superado la etapa de depresión.
Este plan tampoco es muy original, pues está inspirado en la sugerencia de Santiago Levy de ampliar dos puntos y medio el gasto público para establecer políticas de conservación de las Pymes y otras políticas sociales durante algunos meses, financiado a través del impuesto al patrimonio que sugiere Thomas Pikkety en su nuevo libro Capital e ideología.
Lo que sí es novedoso es mi propuesta de que este programa fuera asumido por los gobiernos estatales ante la ausencia clara de un liderazgo político de López Obrador. Por este motivo he buscado –algunas veces con un poco más de éxito, en otras no- a los secretarios de Desarrollo Económico para fomentar con urgencia planes derivados de una Ley de Emergencia Económica estatal.
La respuesta de muchos de ellos, como diría Joan Ginebra, es que el cargo les queda demasiado grande. En momentos de crisis –de las cuales muchos todavía no se dan cuenta- los gobiernos estatales no se dan cuenta del tamaño del paquete que tendremos que enfrentar, una vez que se inicie la fase depresiva del coronavirus.
Y ante esta ausencia de liderazgos federales y locales,con miedo en acometer programas intensivos de deuda pública para reactivar la economía –la creencia mítica en la eficacia del ‘austericidio’, que se repite en ambos niveles de gobierno-.
Es el momento de la sociedad civil. En el momento en que se cierren alternativas laborales, hay que reinvertarse y formar comunidad –lo que se puede hacer de maneras muy diferentes– sobre todo en aquellos espacios donde los gobiernos no van a cumplir con su parte.
Buscar nuevas posibilidades de negocio; recordar que los trabajadores son el activo más importante de la empresa; y emplear las medias de economía social y solidaria que fueron parte del proceso de recuperación económica, después de caer en crisis, de naciones como Bolivia, Ecuador, Argentina y Brasil.
* Máster y Doctor en Derecho Económico. Profesor Investigador de la Facultad de Negocios de la Universidad De La Salle Bajío y miembro nivel I del SNI. Autor del libro Competencia en tiempos de crisis.