De los grandes proyectos de Andrés Manuel López Obrador, el único que me parece una idea viable, porque busca incrementar la cantidad de turistas en una de las zonas más pobres del país y distribuir esos turistas en un área geográfica mayor, es el Tren Maya.
La idea tiene sentido porque mientras Quintana Roo recibe más de 21 millones de turistas al año, Yucatán con ciudades muy bonitas como Mérida y sus pirámides apenas tiene 3.7 millones de visitantes, ya no digamos Campeche, Tabasco o Chiapas.
Por ende, pensar en un circuito de tren rápido que permita a los turistas de Quintana Roo conocer otras opciones que enriquezcan sus viajes y que propicie derrama económica en otras entidades, parece una buena política en materia de turismo.
Sin embargo, el Tren Maya está pesimamente ejecutado porque para que funcione debe ser un servicio de primera, con trenes de lujo, de alta velocidad, que sea puntual, seguro para los pasajeros, que ofrezca servicios y amenidades a los turistas tanto en el tren, como en las estaciones.
Pero tenemos todo lo contrario, un tren lento, que llega tarde, que se descarrila, donde las estaciones están vacías, con poco personal y nula capacidad de servicio.
Todo lo anterior se deriva de un problema de origen, que es que el Presidente no confía en empresas extranjeras y las mismas son las únicas con capacidad de materializar la idea, ninguna empresa mexicana tiene experiencia en construir y operar una red ferroviaria de turismo de alta gama, mucho menos el ejército mexicano, los expertos están en Europa y Asia, por ende, se están cometiendo tantos errores que pueden hundir la viabilidad del proyecto.
Lo anterior también se ha traducido en corrupción y tráfico de influencias, en donde familiares y amigos del Presidente se han aprovechado de licitaciones amañadas, que se materializan en insumos de baja calidad que ponen en riesgo a los pasajeros y crean una mala imagen al Tren Maya, cuando los servicios turísticos precisamente viven de su buena reputación.
@victorsanval
