Al estarse cumpliendo 150 años del nacimiento en Zapotlán el Grande, Jalisco (3 de septiembre de 1870) del presbítero José María Arreola Mendoza, “astrónomo, fotógrafo, meteorólogo, ciclista, vulcanólogo, inventor, arqueólogo, lingüista, profesor”, viene bien aplicarle el aforismo de Cioran “Tenemos miedo de la inmensidad de lo posible”, pues si algo le distinguió en su larga vida fue haber vencido tal miedo, atreviéndose a escudriñarlo todo, desde el cosmos hasta las entrañas del subsuelo.
Por otro lado, sepamos que la existencia y legado de este personaje no son ya una deuda sino un libro sin desperdicio en sus páginas, El otro Arreola. Juan José Arreola y su tío científico, del físico tapatío Juan Nepote González, acreedor por él del primer lugar en el Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz del 2018, y coordinador ahora de una miniserie radiofónica de título provocador: ‘José María Arreola, un científico en un lugar sin ciencia’, que se transmitirá por la señal de Radio UdeG a partir del 8 de septiembre del año en curso.
Por su parte, la Mtra. Laura Catalina Arreola ha hecho lo propio para darnos a conocer (Del púlpito a las estrellas, 2015) cómo, además de una capacidad intelectual inagotable, nuestro Arreola fue humilde y tenaz, pues sin estímulos económicos ni asistentes a sus órdenes se consagró de forma heroica a la investigación, la escritura y la docencia sorteando aún los escollos más comunes en la gente de su especie: la acumulación enfermiza de datos, el egotismo y el retraimiento.
Tratándose de compartir el conocimiento fue don José María, a decir de sus biógrafos, de una generosidad tal que, añadimos, alcanzó el rango de la ‘abeja’ de las metáforas zoológicas de Francis Bacon (Novum Organum, 1620), pues a diferencia de la hormiga avara y de la araña inclemente, dice, sostiene el siguiente proceso: poliniza las plantas, liba el néctar de sus flores para transformarlo en miel, produce celdillas de cera de una geometría absoluta y deja en ellas el pasto para su comunidad.
“Las abejas no se limitan a recoger y almacenar material, producen miel. Son el símbolo de la capacidad de la mente para transformar y digerir los datos de la experiencia, o sea, para ser una mente crítica”, elucubra Paolo Rossi (1986) en una de las obras de Bacon.
Datos nos sobran para afirmar que eso fue don José María Arrelola, una mente crítica, tasada por algunos coetáneos suyos en estos términos: “un sabio sacerdote” (Ramón López Velarde); un “hombre de ciencia… educador… investigador…” grandísimo (Hugo Vázquez Reyes); un varón venerable por “su integridad científica que profesaba con una convicción efusiva” (José Guadalupe Zuno).
Cierra este comentario un recuerdo de gratitud para el sabio que donó íntegra su valiosa biblioteca y sus colecciones arqueológicas a la Universidad de la que fue catedrático de 1925 a 1949, la de Guadalajara, y en la que muchas veces abrevó este columnista al tiempo de inaugurarse la Biblioteca Central Dr. Manuel Rodríguez Lapuente, veinte años después del fallecimiento del donante (1961). Honor a quien honor merece.