Este 28 de agosto del 2019, día del insuperable filósofo, teólogo y escritor San Agustín de Hipona, vencido por quebrantos y dolencias que le mantenían desde hace meses distante de la vida pública, dejó de existir en la capital de Jalisco, a la edad de 82 años, el escritor tapatío Guillermo García Oropeza. Muchos le escuchamos decir que fue arquitecto porque obtuvo el título en esa destreza, pero no por oficio. Creo que exageraba, pues aún sin diseñar y dirigir obras de cal y canto alcanzó entre la gente de pluma de la capital de Jalisco el rango de aparejador más que respetable en la construcción cultural de Guadalajara en el último tercio del siglo pasado. Un profesor común que tuvimos, Ignacio Díaz Morales, para completar en 1947 el verso latino del salmo 126, cuya segunda parte se lee a duras penas en el friso Palacio de Gobierno de Jalisco –del que la conseja afirma deriva el término local “cuico” como sinónimo de gendarme–: Nisi Dominus custodierit domum, in vanum vigilant qui custodiunt eam (Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas), mandó poner en el de la Catedral –que a Guillermo siempre le pareció feucha, allá él–: Nisi Dominus aedificaverit domum in vanum laboraverunt qui aedificant eam (Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles). Eso fue García Oropeza, un maestro albañil de la ciudad. En las postrimerías de la vida recibió el Premio Ciudad de Guadalajara (2017), será muy recordado por los libros dedicados a su patria chica con prosa de enjundia. Hijo de padre miliciano pero no atrabiliario y de madre devota, fue también hijo de su tiempo, que es como decir con una buena dosis de rebeldía que le acercó más, diría el poeta jerezano, a los “jacobinos de la era terciaria” que a los “católicos de Pedro el ermitaño”. Viajó mucho por el mundo, leyó cuanto pudo y algo le quedó de los movimientos sociales de 1968; dominó la prosa y la narrativa y se ganó el respeto y el cariño de todos los que coincidimos con él. Amó su ciudad y la hizo objeto de sus afanes literarios con títulos como Guadalajara, la perla del occidente de México (1988); Jalisco, una invitación a su microhistoria (1990), Guadalajara, sus plazas, parques y jardines (con el fotógrafo Alberto Gómez Barbosa, 1995) y Guía informal de Guadalajara (1998). Se camuflaba bien con la máscara (persona, en griego, eso significa) de la chispeante ironía sin jamás ser pedante, siendo la suya una personalidad de esas que como los vinos de solera se decantan mezclando mosto de altas graduaciones y de mucha intensidad y color. Descanse en paz.
Guillermo García Oropeza, Tapatiólogo
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Tomás de Híjar Ornelas
Ciudad de México /