El 15 de septiembre de 1821 la Catedral de Guadalajara sirvió de escenario al primer acto público y solemne del Imperio Mexicano: la ceremonia de investidura de la Virgen María en su imagen de Zapopan como Generala de Armas de la Nueva Galicia.
Aunque el acto lo presidió el obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas, su convocatoria la hizo la autoridad civil representada por el Jefe Político Juan Antonio Andrade y el Ayuntamiento tapatío, pues fueron ellos quienes gestionaron lo que condensó la fórmula siguiente: “¿Juráis por patrona y generala de las armas de Nueva Galicia a María Santísima en su portentosa imagen de Zapopan y ofrecéis hacer conmemoración anual de este juramento y celebrarlo con misa y sermón?”.
La ceremonia implicó el traslado público y procesional de la imagen del templo que visitaba en ese momento a la Iglesia matriz, el aliño del recinto para la ocasión, los gastos de cera y los estipendios de la capilla musical y del orador, que lo fue un doctor del claustro de la Universidad de Guadalajara, Fray Tomás Blasco y Navarro, OP.
En su sermón gratulatorio, el doctor Blasco resumió las expectativas de los allí presentes desde los postulados del Plan de Independencia de la América Septentrional y de los Tratados de Córdoba, pero reviste, además, especial relieve como síntesis de lo que hoy en día podríamos denominar ‘indocristianismo’, esto es, la versión del Evangelio desde la sensibilidad sagrada de las civilizaciones y culturas prehispánicas que se fundieron en el crisol cristiano desde la religiosidad popular gracias a los cultos marianos de Guadalupe y de Zapopan.
Por otro lado, el acento que el orador carga a la participación protagónica de quien ostentaba entre sus partidarios el rango de Primer Jefe del Ejército Imperial Mexicano, Agustín de Iturbide, y de los postulados ‘Religión – Independencia – Unión’ en cuanto sartal de cuentas hechas con materiales y color tan diversos, han de leerse tomando en cuenta, con lo que ello implica de oráculo y vaticinio, que se pronunciaron doce días antes del arribo del Ejército Trigarante a la ciudad de México.
No podemos negarle a quien compuso el sermón (ahora, por primera vez, disponible ya en la red) es su análisis, que si bien salido de una visión eurocéntrica y peninsular, no renuncia a recoger la miga con la que nació un proyecto de Estado que recogió como sustancia de los horizontes de la cultura mexicana ya cuajada luego de 300 años de gestación, el sentido de fraternidad para quienes ocupan un territorio y se identifican con él y el de identidad social gracias a elementos muy diversos en su origen pero convalidados por el tiempo hasta formar una amalgama de tan buena ley como para que sea apta al punzón de un orfebre tan hábil como para cubrirla con el repujado más ingenioso y bello.
Y en la forja del México que dibujó el aragonés Blasco y Navarro seguimos empeñados a la vuelta de dos siglos, ahora con nubarrones y desafíos no menos densos e inquietantes que los sorteados en 1921, al tiempo que el vate jerezano Ramón López Velarde compuso ‘La Suave Patria’, de la que tomamos, a modo de epílogo y jaculatoria, estos versos que le dedicó a Cuauhtémoc: “a tu nopal inclínase el rosal; / al idioma del blanco, tú lo imantas / y es surtidor de católica fuente…”
Tomás de Híjar Ornelas