En la semana de la mujer resultará atarse un laso al cuello para quien toque con el pétalo de una pregunta sobre la efectividad de la creciente presencia de las mujeres en el Congreso de la Unión. Correré el riesgo.
Actualmente, en ambas cámaras, diputados y senadores, existe paridad. Casi igual número de mujeres y hombres en la conformación de la legislatura. La pregunta es: ¿Existe por ello un cambio trascendente en la política mexicana? Mi respuesta es Sí. Está mejor representada nuestra sociedad en ese Poder.
Pero la profundidad de los cambios va a tardar y no dependen solo de una paridad de género sino de la libertad que logren, en lo individual y en lo colectivo, aquellas personas que sean electas por el pueblo para representarlas en el Congreso. Hoy la mayoría en ambas cámaras obedecen dócilmente al Presidente de la República, quien es, en consecuencia, el verdadero legislador. Prevalece la percepción pública de personajes con una mala calificación en la estimación popular. La mayoría, mujeres y hombres por igual, levantan la mano para aprobar sin razonamiento ni convencimiento. Son muy escasas las deliberaciones inteligentes que conmuevan a la República y continúa la herencia arraigada de vicios y desfiguros.
No se nota aún la mano femenina. Una segunda pregunta: ¿Esperábamos algo distinto? Por supuesto que sí: Mayor sensibilidad en temas sublimes, causa común con las propias mujeres y un espíritu de indignación ante la injusticia. Esperamos lo mismo de los legisladores hombres pero con menor esperanza.
Sin duda la paridad es un gran avance, pero, a la luz de los primeros resultados, no es suficiente. Una revolución tiene muchos frentes de batalla.