Un 9 de noviembre pero de 1938, un estallido de violencia y persecución contra los judíos, estalló en Alemania. En un primer momento se pensó que era consecuencia de un asesinato contra un funcionario alemán en París a manos de un joven judío, pero en realidad, fue una operación quirúrgicamente diseñada por Joseph Goebbels, ministro de Propaganda nazi para desprestigiar, incitar al odio y estigmatizar a todo el pueblo judío.
La estrategia consistió en, al menos, tres grandes líneas de acción: la primera, en un discurso de odio para azuzar a los miembros del partido nazi contra los judíos.
Este discurso traería como consecuencia la orden directa para que las tropas de asalto (SA), salieran a las calles a destruir más de 7,000 negocios de judíos, a quemar más de 250 sinagogas y a saquear, asesinar y destrozar bienes inmuebles en toda Alemania y, principalmente en Berlín; la segunda línea de acción era la intervención del Estado para despojar de los recursos económicos a los judíos.
El 12 de noviembre, el Estado alemán confisca el pago de las aseguradoras por lo que los judíos no puede usar ese dinero para reparar el daño a sus negocios, además, comienza una sistemática expulsión y segregación de los judíos de toda la vida pública en Alemania; la tercera –y ésta antes de 1938- fueron las leyes de Nuremberg en 1935, mismas que –entre otras cosas- identificaban a los judíos de acuerdo con la religión que practicaban los abuelos de una persona.
Mi intención de traer esta parte terrible y trágica en la historia de la humanidad y en la historia del pueblo judío, es porque sigo viendo con profunda e indignante preocupación, cómo se azuza el odio contra toda una comunidad religiosa, La Luz del Mundo, y cómo se utilizan los medios de comunicación para sesgar, tergiversar y estigmatizar a toda un grupo de creyentes.
Las amenazas son constantes y son reales contra la Iglesia pero han pasado de la incitación al odio a los crímenes. Cito solo una de esas amenazas: “… el desmadre que estamos haciendo es el comienzo de nuestra venganza. Ahora sí ya nos los chingamos a todos y de nuestra cuenta corre que todos los luzmundanos los odien…”.
Así, simplemente, no.