Las rejas negras de la mansión ubicada en Campos Elíseos 11, en Polanco, se abrieron automáticamente en cuanto nos acercarnos mi colega y yo, mientras unos guardias y un arco de seguridad nos recibía.
Se trataba de una casa de unos mil metros cuadrados, color claro con vistas de piedra. Al entrar, una escalera que se bifurca, como las de las casonas antiguas, llevaba al piso superior en dos pasillos que daban hacia varios cuartos con pisos pulidos y brillantes. En uno de esos espacios nos recibió Aristóteles Sandoval, entonces gobernador de Jalisco, para tomar un café.
Era 2015 y desde entonces al político priísta se le notaba nervioso en cuanto comenzaba el saludo.
Donde compartimos esa tarde es la conocida como Casa Jalisco, una representación del estado en la Ciudad de México; las típicas mansiones que utilizan como miniembajadas las entidades para tener oficinas, pequeñas estructuras y servidores públicos basados en la capital del país.
Acababa de ocurrir unas semanas atrás, en mayo, la masacre de Tanhuato, Michoacán, en la que elementos federales rodearon el rancho El Sol y enfrentaron a miembros del Cártel de Jalisco Nueva Generación con un sospechoso saldo de 42 civiles muertos y sólo un policía caído. La versión oficial fue que unos sicarios intentaron atacar a los federales que respondieron con 4 mil proyectiles desde un helicóptero.
Un reportaje realizado por el programa Punto de Partida conducido por Denise Maerker y donde yo trabajaba entonces, reveló que 34 de los 42 fallecidos eran oriundos de Ocotlán, Jalisco; y 11 de una sola colonia: la Infonavit 5. El reportero Raymundo Pérez Arrellano platicó con las familias quienes explicaron el entorno de marginación que los llevó a enrolarse al Cártel de Jalisco.
Ya entonces se mostró el poder de este grupo delictivo para cooptar a jóvenes de todo Jalisco, entrenarlos y volverlos parte de su poderosa estructura criminal que es la que mayor crecimiento registra en todo el país en los últimos 8 años, y que ahora tiene presencia en 24 estados.
En aquel café, concertado para hablar del contexto en la región, nos mostró un video en el que se veía cómo agentes policiacos dejaban ir con total impunidad un comando del cártel en las carreteras de Jalisco. Señalaba el nivel de corrupción de las corporaciones. “A mí me quieren matar, lo van a intentar en cualquier momento”, comentó varias veces.
Su asesinato en Puerto Vallarta a mano de sicarios, este viernes, hizo visible una vez más el poder de desafío y corrupción que tiene el Cártel de Jalisco Nueva Generación en esa entidad y en el país.
A reserva del avance de las investigaciones y confirmaciones de hipótesis –algunas relacionadas a su padre, Leonel Sandoval, quien fue muchos años magistrado; otra a la relación con el empresario hipotecario José Felipe N., quien fue encontrado asesinado el pasado 24 de noviembre; y otra sobre su posible regreso a la política– lo que queda claro es que la banda criminal cada vez tiene más fuertes las raíces de control en esa región.
Así lo revela la manera en la que se operó el asesinato, tanto antes, como durante y después.
Fuentes nacionales y locales involucradas en las investigaciones me confirman que lo más claro es la forma “profesional” con la que se planeó el crimen. Los perpetradores encontraron el punto y momento más débil del político para cercarlo y asesinarlo. Conocían de su círculo de seguridad y sabían que matarlo en exteriores sería muy difícil.
Es presumible que los empleados del bar Distrito 5 estuvieran coludidos o al menos siguieran las órdenes de un “superior” involucrado en el plan de homicidio, porque facilitaron el acto, la fuga de los responsables, e hicieron más difícil la investigación dado que limpiaron la escena del crimen. Además, arrancaron las cámaras de seguridad de los interiores y exteriores, o permitieron que un grupo lo hiciera.
La forma y ruta que tomaron los sicarios para huir, hacia el turístico pueblo San Sebastián del Oeste, un camino lleno de curvas hacia donde es difícil circular a alta velocidad, habla del control que tienen en ese territorio.
Agentes de inteligencia que estudian el caso no tienen duda sobre el grado de colusión de los mandos medios de seguridad del estado en los hechos: cuando un grupo criminal logra penetrar esos niveles se muestran seguros de operar con impunidad y romper círculos de seguridad de objetivos, así como de moverse en zonas donde supuestamente debería haber vigilancia policiaca.
Las investigaciones apuntan hacia el lugarteniente apodado “El Tres”, y su brazo derecho “El Colombiano”, que aparentemente ya no hacen caso al líder máximo del Cártel de Jalisco, Nemesio Oseguera “El Mencho”, y que serían además los responsables detrás del ataque contra el director de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México, Omar García Harfuch en junio de este año.
Aquel café con Aristóteles, un Aristóteles entonces temeroso, pero también temerario, que intentaba convencer de su misión por ir contra los del Cártel de Jalisco Nueva Generación y la corrupción policial terminó con la promesa de hacerle llegar a estos periodistas ese y otro video que dejaba ver esa descomposición de las corporaciones.
Pero el video no llegó nunca, ni a estas manos ni a otras; tampoco una denuncia, ni una filtración. Quizás el temor a un atentado al ver la capacidad del monstruo que es el grupo criminal fue mayor, o tal vez otras razones; nunca lo sabremos.
*SANDRA ROMANDÍA es periodista de investigación. Coautora de Narco CDMX (2019) Grijalbo; y Los 12 Mexicanos más pobres (2016) Planeta y ganadora de la beca María Moors Cabot, de la Universidad de Columbia