La fuga de Javier Duarte, ex gobernador de Veracruz, me recuerda mucho a la de Mario Villanueva, ex gobernador de Yucatán, hace 17 años. Mario Villanueva dejó el cargo y se fue a su rancho y, de pronto, desapareció como si hubiera arrojado una bomba de humo.
Muchos años después, Javier Duarte, dejó el cargo en Veracruz, y se fue al rancho. De un momento a otro, escapó como por arte de magia.
Es la misma forma de hacer las cosas:
Presentas tu renuncia y te largas.
Tienes unos días para que te escondas y ya depende de ti si te capturan o no en unos días, en meses o en años.
Es decir que son fugas acordadas.
Si hubieran querido agarrarlos, los hubieran detenido de inmediato, en cuanto presentaron su renuncia. Pero no. El acuerdo justo es: dejas el cargo y te vas. Renuncias y te vas.
Es el mismo modelo.
Mario Villanueva dejó el cargo en Yucatán, bajo la acusación de proteger al Cártel de Amado Carrillo Fuentes. Y tiempo después, fue capturado y encarcelado.
Acá en Veracruz, Javier Duarte hizo exactamente lo mismo. Dejó el cargo y huyó sin dejar rastro.
Pocas veces un gobernador termina en la cárcel.
Es muy poco común en México. Y en realidad nunca los han acusado por corruptos, sino porque cometieron un error y se pelearon con el presidente en turno.
Mario Villanueva no fue encarcelado por narco, sino porque se peleó con el presidente Ernesto Zedillo por la designación del candidato. Y ahora Javier Duarte, no tiene orden de aprehensión por corrupto, sino porque desobedeció al sistema y se peleó con el presidente.
Los castigan por traidores. No por corruptos.
Si la corrupción estuviera penada en el sistema político mexicano, no habría espacio en las cárceles para tanto ladrón que anda suelto.