Lo traté por las similitudes y coincidencias profesionales, pero personalmente me hubiera gustado conocer más a una de las figuras emblemáticas de la arquitectura jalisciense: Fernando González Gortázar. Su desaparición física sin embargo me conmueve y trae a la mente un vasto historial de sus actividades trascendentes que dejaron profunda huella en la ciudad, y no exclusivamente en sus obras, aunque significaron en su momento una verdadera revolución y cambios en la fisonomía a los que no todo mundo estaba acostumbrado. De suyo, Fernando -sea dicho así su nombre con todo respeto-, en realidad tuvo que batallar para irse abriendo paso en la selva urbana tapatía pese a que, como es de todos sabido, no dejaba de ser referido a su padre, el exgobernador Jesús González Gallo. Quiso empero el destino que ambos, por distintas vías y obviamente en épocas distantes una de otra, se convirtieran en artífices de la evolución de la ciudad. A González Gallo, por ejemplo, le tocó modificar toda la estructura del centro histórico de Guadalajara, incluida las famosas plazas que forman una cruz y la ampliación de vías como el actualmente llamado Paseo Alcalde.
Hombre de una amplísima cultura, Fernando González Gortázar, compartió seguramente muchos de los afanes de su progenitor en busca de la modernidad, pero, al mismo tiempo, fue un intelectual de gran avanzada y profundamente preocupado por los peligros que se cernían por el crecimiento de la metrópoli jalisciense, según me dicen, ya desde los años setenta. Para él contaba todo, desde alcanzar un desarrollo más armonioso como el cuidar que finalmente se evitaran trastornos consecuentes que desde entonces se vaticinaban de manera amenazante contra sus moradores. De ahí que, junto con un selecto grupo de diversa actividad, llegara a integrar una de las primeras grandes agrupaciones interesadas en vigilar que el aumento de la denominada “mancha urbana”, no acabara con el bienestar de los tapatíos en distintos rubros, como la movilidad y la contaminación. Así encabezó durante muchos años una ONG que se llamó “Pro Hábitat”, que en aquel tiempo pocos entendían porque no existía prácticamente conciencia de lo que estaba pasado ni el futuro que le esperaba a Guadalajara si seguía en crecimiento tan desmesurado. Sus llamados y clamores, sin embargo, fueron prácticamente desoídos y hasta había ironía en quienes juzgaban estas apreciaciones como simples exageraciones.
De la misma manera, no dejaba de lado su calidad de artista y escultor, si bien también en este rubro no tuvo de entrada la aceptación generalizada. Me han narrado todo lo que pasó por ejemplo cuando recibió el encargo de modificar una fuente tradicional y puede decirse incluso querida por los tapatíos, la famosa “hermana agua” a la entrada de la colonia Chapalita. El deterioro de la fuente motivó una acción gubernamental rápida y se encargó a González Gortázar el proyecto de una nueva fuente. El concepto tipo cubista fue uno de los que dominaron en gran parte sus creaciones, pero al llevarlo a la realidad, no fueron pocos los que no lo entendieron y hasta sufrió críticas y rechazo. La prensa de aquel entonces empezó a ponerle motes a la fuente en cuestión, al grado que poco a poco se le fue llamando “la Hermana Drácula”, en vez de “la hermana agua” original. Y luego siguieron varias obras más que hoy son vistas con naturalidad y algunas de ellas están al paso cotidiano de muchos, como los bastante conocido “Cubos” en la confluencia de avenida Vallarta y avenida México, las pistolas de concreto en la entrada del parque González Gallo o la gran escultura del parque Amarillo. Y no sólo en esta ciudad proliferó su obra. También marcó su paso de esta manera con grandes esculturas en la ciudad de México, España y hasta Japón.
Toda esta lucha por innovar no es fácil, sobre todo en el campo urbano, y viene a modo para señalar que iguales reacciones encontradas pueden advertirse en la búsqueda de cambios que terminan por resultar altamente significativos y trascendentes. Trasladado a nuestro tiempo, es lo que a veces, por fortuna solamente a veces se critica y con intenciones muy poco claras, cuando la ciudad es intervenida para dotarla de una imagen diferente al construir espacios públicos. En la presente gestión del alcalde tapatío, Pablo Lemus, por ejemplo, se está frente a la decisión por llevar adelante todo un proceso renovador como el del Paso Alcalde y otras vialidades, incorporando aspectos ya cruciales como las ciclovías, banquetas, la accesibilidad universal, el arbolado, el cableado subterráneo, mobiliario urbano, cruces seguros y mucho más. Es el caso de la intervención en el distrito “El Palomar” en donde con la construcción de un nuevo espacio público se levanta además una obra de uno de los grandes Arquitectos Tapatios, Luis Barragan. Es pues, también una revolución.
Definitivamente a Fernando González Gortázar la ciudad le debe mucho, empezando por su ejemplo. Había nacido en México cuando su padre fungía como secretario del presidente Avila Camacho y con el tiempo volvió a su origen. Sin embargo, Jalisco debe tenerlo entre sus hijos distinguidos y su obra, admirada ya por siempre.
Twitter: @MiguelZarateH