Para el secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández, la polémica que causan sus ya frecuentes declaraciones y señalamientos parece asunto menor, trivial, sin la menor importancia. Igual lo considera su jefe, el presidente Andrés Manuel López Obrador, a quien las recientes confrontaciones del titular de Segob con gobernadores y figuras de oposición, le parecen algo que le quita lo “aburrido” a la vida política, al tiempo que abiertamente avala al más alto de sus funcionarios. En poco más de un año de gestión, y tras suplir a una tristemente célebre Olga Sánchez Cordero, el “otro” López, de inspirar al principio cierta confianza por haber mantenido bajo perfil en sus primeros meses de tarea, ha pasado a motivar divisionismos y enfrentamientos que desdicen mucho de las responsabilidades fundamentales y hasta constitucionales de su cargo.
En su gira por el país (dice que cubrirá la totalidad de estados) para buscar el apoyo de las legislaturas locales para la nueva ley que extiende la permanencia de las fuerzas armadas en las calles hasta el 2028, Adán Augusto pasa por alto las premisas básicas de su labor, como la de servir de puente en el Poder Ejecutivo Federal con los demás niveles de gobierno “para fomentar la convivencia armónica, la paz social, el desarrollo y el bienestar”, o la de ser el “eje estratégico” para lograr la gobernabilidad, la participación ciudadana, protección de derechos humanos “para que México tenga una sociedad abierta, libre, plural, informada y crítica” (conceptos vertidos en la página oficial de la Secretaría de Gobernación).
Sin embargo, Adán Augusto opta por lo contrario. Lejos de mejorar el acercamiento a los distintos sectores, fuerzas políticas, económicas, etcétera, cede a su afán de no quedarse muy atrás en las percepciones y simpatías con relación a su calidad de “corcholata” ante sus principales competidores internos, Marcelo y Claudia. Las “jugadas” del presidente en realidad son indescifrables, pero en el caso del otro López se está abusando de su calidad de representante del Ejecutivo para secundar ataques y denostaciones. Por ejemplo, su batalla nada oculta contra los gobernadores de Jalisco y Nuevo León y las expresiones como de “hipócritas” a los que piden ayuda militar y a la vez condenan su permanencia. En realidad, hay un juego de palabras que no corresponde a la verdad. La priista Yolanda de la Torre abrió la caja de pandora bajo los auspicios del líder tricolor Alejandro Moreno por un sometimiento claro a la voluntad de AMLO. La cuestión no es sobre la percepción que tienen los ciudadanos de las fuerzas castrenses que, pese a no pocas fallas y algunos crímenes, mantienen una alta posición de confianza ciudadana. No, el problema estriba en que no se desarrolla paralelamente a los organismos estatales y municipales en materia de seguridad, ni se profesionaliza a los militares para suplantar funciones que constitucionalmente son de carácter civil.
Pero no es nuevo en Adán Augusto. Causó otras polémicas cuando en abril se le censuró por hacer uso de aeronaves militares para trasladarse con el dirigente morenista Mario Delgado en pro de la revocación de mandato. Al ser cuestionado hasta se escondió en el Metro capitalino. En julio pasado, al ser advertido de sanciones del INE por su actividad proselitista, señaló que “si me corre el INE no importa; ya lo va a desaparecer la nueva reforma de López Obrador”. Y, lo más nuevo, ahora indujo la idea de que el Ejército puede llegar a participar políticamente por la vía electoral. Claro, esto fue “normal” en los casos de Avila Camacho o Lázaro Cárdenas, que llegaron a presidentes. Adán Augusto sabe que en un pasado no tan remoto, secretarios de Gobernación vieron el cargo como la antesala presidencial y lo consiguieron, como Miguel Alemán, Ruiz Cortines, Díaz Ordaz y Echeverría.
Mejor valdría la pena ver lo que un genuino titular de Gobernación puede hacer. Es necesario para ello recordar a Jesús Reyes Heroles, en el periodo de López Portillo y con quien tuvo desavenencias que le llevaron a la renuncia. Pero a Reyes Heroles se debieron las primeras grandes reformas electorales y políticas del país ya en 1977, con la creación de una ley federal de la materia, la apertura a las coaliciones políticas y la integración de la “representación proporcional” o de minorías en el Congreso, cosa que el actual régimen busca acabar. Reyes Heroles sí fue un estadista y sus acciones se adelantaron 13 años a la creación del IFE, hoy INE, e iniciaron así la verdadera transición política nacional hacia la democracia.
En cambio, ahora el presidente López Obrador presume que “sí pensó” en extender su mandato cambiando la Constitución “para cumplir sus compromisos de campaña” pero que se lo impide su conciencia y su lealtad al pensamiento de Madero. Así empiezan a veces los deslices aparentes que incitan al apoyo de los “lovers” que promueven las dictaduras. Y, mientras, el “otro” López sigue, a su manera, haciendo el trabajo nada limpio de asegurarle al patrón la continuidad del régimen.
Twitter: @MiguelZarateH