El discurso de que en México no pasa nada y es un país feliz recibió el duro golpe de la realidad en Chiapas, un estado gobernado por Morena en donde no solo la marginalidad es un serio problema, paradoja en un estado tan rico en su naturaleza, sino que el embate del crimen organizado en las comunidades obligó a al menos 600 connacionales a huir hacia Guatemala, país que se ofreció al asilo para salvaguardar su integridad.
Un asunto que debería ser vergonzoso, primero que nada porque los desplazamientos de familias enteras generalmente se daban de países de centro y sudamérica y segundo porque mientras por un lado se asila personajes non gratos en México, cientos de mexicanos se vieron en la necesidad de buscar la protección de una nación hermana que por fortuna no les cerró la puerta y pone en el ojo del huracán a la actual administración federal con una muestra más del avance en el dominio de los criminales sobre territorios completos.
Tal es el descontrol que hasta ayer no se tenía clara la idea de cuántas personas tuvieron que salir del país ante el temor generado por los criminales, no se sabe tampoco la edad de los afectados, cuántos son hombres y mujeres, condiciones de salud ni un solo dato lo que muestra lo grave de la situación.
No se trata de un asunto nuevo, de acuerdo al Reporte Global de Desplazamientos el número de movimientos internos en el país derivado de la violencia generada por grupos delictivos en 2021 fue tres veces mayor que en 2020.
Alrededor de 29 mil tuvieron lugar en los estados de Chiapas, Chihuahua, Durango, Guerrero, Jalisco, Michoacán, Nayarit, Oaxaca, Tamaulipas y Zacatecas. El 95 por ciento estuvo provocado por la violencia criminal.
Se imagina lo que ésto representa en términos de impacto emocional, económico, de estabilidad para todas estas personas cuya única motivación para dejarlo todo atrás, no fue el buscar una mejor oportunidad de vida, sino salvarse de no morir. Así las cosas en éste México feliz donde no pasa nada, donde no hay violencia.
