A quienes, desafortunadamente, no han tenido la oportunidad de asistir a la FIL de Guadalajara hay que contarles que se programan jornadas dedicadas a escolares, bachilleres y universitarios. Desde el comienzo de la entrada general hasta el último domingo son miles los muchachos que buscan uno o varios ejemplares para terminar y comenzar los años, este y el que viene. En muchos de esos chicos el dilema entre este o aquel libro se agudiza por razones económicas. Las carteras juveniles suelen ser delgadas y las ilusiones onerosas.
Esta sugerencia aplicaría para cualquier estudiante y para cualquiera feria. O librería. Si entre tantos y tantos volúmenes tuvieran que escoger —porque el dinero apremia— un autor y un libro, debiera ser: Montaigne, de Stefan Zweig (Acantilado). Si hay oportunidad, otro título de Zweig. Y así. El viernes siempre será un gran autorregalo. Ya sea como novelista, como biógrafo o como ensayista. Hay una virtud que todo joven debe imitar de Zweig (entre más temprano se lea, más fácil se aprende): su humildad.
El relato que hace del francés es encantador: el placer —dice, citando a Montaigne— está en la búsqueda, no en el hallazgo. Agrega: no es uno de esos filósofos que buscan la piedra filosofal, la panacea universal. Y esto es muy importante para un espíritu fresco: “No quiere dogmas ni preceptos y siente un miedo permanente a las afirmaciones categóricas”. Este libro contiene a dos de los más generosos pensadores de la historia. Montaigne es un gran pedagogo de la humanidad: “Estamos siempre recomenzando a vivir”. Pero Zweig no los dejará solos con el monumento francés. Irá con los jóvenes de la mano, hablando al oído, con el ritmo pausado del sabio.
El lector, sin mucho esfuerzo, logrará escuchar esa voz única y, al tiempo, la fuerza de la palabra escrita del biografiado. No es, se debe decir, una biografía en el sentido pleno de la palabra. Tampoco una reseña intelectual. Nada más alejado de ello. Este libro es un maravilloso relato de dos hombres que conviven en el Ser; dos maestros de vida. Una frase que todos, en cualquier momento de la vida quieren escuchar: “A nadie —dice Zweig, apoyado por una postura de Montaigne— debemos estar tan agradecidos como a aquellos que, en una época tan inhumana, como la nuestra, fortalecen el elemento humano que hay en nosotros., a aquellos que exhortan a no renunciar a lo único indeleble que poseemos, nuestro yo más íntimo, a pesar de todas las presiones y obligaciones externas, temporales, estatales o políticas”.
Para los jóvenes de manera directa: no se puede aleccionar a los hombres, se les puede guiar —como propuso Sócrates— a que se busquen a sí mismos, para que se vean con sus propios ojos.
ÁSS